La secreta ritualidad de la ciudad de México

Si la realidad, por sí misma, está hecha de una cantidad inconmensurable de estímulos, al residir en una gran metrópoli esta cualidad parece multiplicarse. Los sonidos, los colores, las evocaciones surgen a cada momento, en cada vistazo que damos por nuestra ventana, en el primer paso que damos de la calle al mundo que nos aguarda.

Paradójicamente —y quizá también por sensatez, por cordura—, muchos de nosotros ejercemos consciente o inconscientemente una selección en medio de esa retícula. Entonces, por ejemplo, elegimos caminar por una calle y no por otra aunque eso implique recorrer un poco más de distancia, sólo porque en ese camellón, en la esquina de esa avenida, se conjugan varias fachadas a las que atribuimos una singularidad personal, íntima acaso, o porque ese mismo paseo fue el que hicimos un domingo de la mano de alguien a quien quisimos y que ahora ya no está en nuestra vida, o sólo porque una tarde descubrimos que ahí la luz del Sol no se filtra con los mismos matices que bajo el follaje de otros árboles.

Y así, quizá sin que haya sido nuestra intención primera, hacemos de esos lugares una especie de santuario en donde “el olvidado asombro de estar vivos” recibe un tributo gratuito, silencioso, y la ritualidad recupera el sentido que en cierta forma nunca perdió pero que yacía un tanto oculto, esperando a que redescubriéramos que la vida también o sobre todo está hecha de eso, de actos que se repiten desde tiempos remotos pero con ligeras variaciones, esas que dan el peso específico de lo que somos, lo que deseamos, el propósito irrenunciable que nos guía.

Y tú, ¿tienes rituales que compartes con la ciudad?

Twitter del autor: @saturnesco


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