La ciudad de México en los 80: “Los Panchitos”, el Tri y “El Negro” Durazo

Escucho a Alex Lora y al Tri y mi primera referencia gráfica es la ciudad de México de finales de los años setenta y principio de los ochenta. Mi cabeza se llena de imágenes de ese D. F. de antes de los sismos del 85, de la estación del metro Balderas, los ejes viales o bien aquellas enormes bardas de Santa Marta Acatitla, pero también de los hoyos funkie y, obviamente, de una de las pandillas más  reconocidas en la historia de la ciudad: “Los Panchitos”.

La ciudad de México de “Los Panchitos” era aquella que se destacaba por sus malas noticias: ocupaba el mejor lugar del penoso ranking mundial de ciudades más contaminadas del planeta y teníamos un tête-à-tête con Tokio por ser la urbe más poblada del mundo. El crecimiento era desmedido y la marginación de gigantescas porciones de la zona metropolitana, evidente. En esa época Ciudad Neza era considerada la “ciudad perdida” más grande del mundo, con más de 5 millones de habitantes.

En este contexto “Los Panchitos” mexicanizaban el movimiento punk, escuchaban a los Sex Pistols y a Three Souls in my Mind (luego al Tri), vivían y atracaban en zonas marginadas de Tacubaya, Santa Fé, cuando aún eran basureros, y la colonia Navidad, allá por Cuajimalpa. Con sus pintas de “Sex Panchitos” o “RedDrum” sembraban el miedo entre los habitantes de las colonias acomodadas, como las Lomas de Chapultepec o Bosques de las Lomas, ésta última resultado del “boom petrolero”, ese corto milagro mexicano.

Alrededor de la pandilla se construían mitos y leyendas urbanas; la idea de que en algún punto tomarían el control de la ciudad se perfilaba como algo posible -al mejor estilo de la película The Warriors, de Walter Hill, estrenada en México en 1980. La banda de “Los Panchitos” se desarrollaba en una ciudad sin oportunidades para los jóvenes, descomposición social y represión policíaca.

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Pero, en realidad, los habitantes de esta ciudad del 79 y los 80 no éramos rehenes de la banda de “Los Panchitos”, sino de algo más profundo. En realidad éramos víctimas de la clase política que gobernaba el país y la ciudad. Víctimas de la nula participación ciudadana y de un grupo en el poder que no construía políticas públicas para el desarrollo económico, social y cultural de la ciudad.

Fuimos víctimas de la más evidente corrupción desde la regencia de la ciudad, con Carlos Hank González a la cabeza. Hank González había decidido ensanchar las calles de la ciudad tirando casas y árboles, creando los ejes viales, marginando a los peatones frente al automóvil,  instalando luminarias de una empresa en la cual él tenía sociedad y cuyo activo cultural más fuerte fue crear la frase: “Un político pobre es un pobre político”.

Fuimos víctimas, también, de la corrupción policíaca. Arturo “El Negro” Durazo era nuestro flamante jefe de la policía, General de División por el puro hecho de haber sido amigo del entonces presidente de la República, José López Portillo. Durazo Moreno controlaba el tráfico de drogas en la ciudad y en el aeropuerto con algunos otro secuaces encargados de la seguridad de los “ciudadanos” a través de diferentes organismo policíacos, como lo era el director de la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delicuencia (DIPD), Francisco Sahagún Baca. Los excesos de “El Negro” Durazo eran evidentes: el uso de la represión selectiva, sus casas en el Ajusco o el famoso “Partenón” en Ixtapa.

Fuimos víctimas del abuso del poder y de la ineficacia e irresponsabilidad en el manejo de la finanzas públicas en el país. Sin embargo, en ese entonces, en mi adolescencia, me sentía preocupado por un “posible” atraco de “Los Panchitos” y dejaba de ver algo evidente, el atraco cotidiano y abuso de poder que recibía de nuestras autoridades. Al igual que “Los Panchitos”, era víctima de la ciudad y sus gobernantes.

Poco después vinieron los sismos de 1985 y la cara de la ciudad cambió gracias a que la ciudadanía se organizó y tomó las calles ante la evidente incapacidad del Estado frente a la tragedia. Hoy la ciudad es otra.

Con el tiempo, jamás justificaré el actuar de un grupo de pandilleros, pero a veces pienso que “Los Panchitos”, así como El Tri, aportaron mucho más a la historia cultural de la ciudad de México que Carlos Hank González, Arturo “El Negro” Durazo y Francisco Sahagún Baca, cuyos nombres mejor prefiero olvidar.

Imagen destacada: Enrique Metinides


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