El Chatarral, el misterioso reino de “El Greñas” en pleno Centro Histórico

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En la calle de Perú esquina con Allende, en el Centro Histórico, se encuentra el Chatarral, sitio en el que se puede comprar desde una tina hasta la cabina de una camioneta. El fin del lugar, aparte de ser una pequeña central en la que se pueden comprar y vender objetos variopintos, es la exposición de los cachivaches que integran la fachada como defensa ante la intemperie, pero también, como muestrario de los microambientes que integran este abigarrado lugar. Lo que uno ve por afuera puede no corresponder a lo que hay adentro. Compuesto, entre otras cosas, de pedazos de puertas oxidadas, mausoleos y cruces de yeso, grava de colores, plantas, alambres de púas. En la esquina sur se yergue un árbol que ocupa el lado derecho del inmueble y sirve como base para levantar, unos cuantos metros del suelo, la recamara usada por la hija del personaje que se hizo –porque llegó primero– de la ya tan famosa esquina, apodado “El Greñas”.

 

“El Greñas” es un personaje singular. Vivía en la vecindad que está a un lado (Perú 32) y un buen día descubrió que su esposa lo engañaba, o tal vez sólo fue que se llenó de celos por un malviaje de ácidos; el chiste es que los vecinos del lugar aseguran que enloqueció: consiguió a deshoras de la madrugada un galón de gasolina, se introdujo por la azotea a la vecindad y vertió el líquido a los sorprendidos amantes, prendiéndoles fuego.

Leyenda urbana o no, la personalidad de “El Greñas” no puede resumirse tan fácilmente; aparte de ser un experto valuador hace trueques que le han dejado una furgoneta que tiene en medio de lo que presumiblemente funciona como patio, un temazcal y, gracias a su habilidad para traer baratijas –que parecen inservibles y que él luego hace funcionar–, la admiración de una creciente horda de seguidores, quienes aprovechan la exquisita voz de una de sus hijas (una bella mulata de un metro ochenta) para invocar, cada fin de mes al ritmo de djembés, a dioses relacionados con la tierra, a duendes alucinantes que se queman en una cuchara rebosante de efedrina, a infiernillos procedentes de las Antillas inhalados en bachas de marihuana que “apenas pone”, a distintos ritos dedicados a contener la furia del guayabo y la depresión derivada de la abstinencia alcohólica en la que los miembros celebran: un día más amanecer a unas cuadras de Garibaldi, todavía en medio de los ecos de trompetas tercas, de sirenas mojadas que lloran como si hubieran pescado un resfriado imprevisto.

extravagancias

“El Greñas” logra la ablación: su purificación irredenta y toma a una de las jóvenes vestales que lo adoran, la introduce al temazcal para tomar a otra concurrente antes de siquiera acabar con la que tiene entre los brazos. Quienes han podido entrar a estas orgías del neo age aseguran que “El Greñas” a ellos les ha contado otra cosa: “Los vecinos mala leche dicen que quise matar a mi esposa, pero si hubiera sido cierto no hubiera llegado a quemar mi departamento, sólo la hubiera agarrado a balazos”.

Las amantes de “El Greñas” han hecho otras afirmaciones; dicen que al hacer el amor, aquel viejo de largas y canosas rastas, ya jadeando, ya rebosando, en medio de su nube de LSD, les dice: “Yo soy el elegido, el hijo de Bhagwan Shri Rajnísh”. “¿Y quién es ese?”, le preguntan; “Osho”, contesta, sin ningún remordimiento.

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Twitter del autor: @betistofeles


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