Apología de los moteles de paso

Nunca digas nunca.

La ciudad es grande y después de cierta hora se vuelve impredecible. La noche tiene un comienzo muy claro, incluso espectacular: los atardeceres del DF nos permiten entregarnos a toda clase de observaciones líricas (que evitaremos), pero el final de la noche no es tan claro. No termina cuando termina la fiesta, no termina después de cenar, a veces no termina incluso cuando tratas de volver a tu casa.

A veces la noche se queda contigo en un lugar del que no sabes cómo volver; un lugar del que tal vez no quieres salir sino hasta que la tarde ya esté muy entrada y no quepa duda: la noche ha terminado.

Siempre me gustó el aura de los tipos rudos que vivían en hoteles del Centro: más que Casanovas, probablemente habían sido echados de sus habitaciones por los caseros o por sus parejas, y habían decidido pasar largas temporadas en el Virreyes o el Habana. La ciudad entera está salpicada de ellos (de moteles baratos, no necesariamente de tipos rudos que no lo son tanto); basta abrir bien los ojos.

Los de Tlalpan son famosos por sus cuotas accesibles y la cercanía con el comercio sexual que florece en la Calzada, al igual que los que sobreviven enclavados en el tiempo, en las inmediaciones del monumento a la Revolución, franqueados por trabajadores y trabajadoras sexuales, desde principios del siglo XX por lo menos; es la zona de los periodistas y de los sindicalistas.

Yo sólo he conocido algunos hoteles baratos del Centro. De Izazaga a República de Cuba se los puede encontrar, con diferentes niveles de hospitalidad según el presupuesto, la hora y los acompañantes.

Los hoteles y moteles suelen tener algo de sórdido y morboso, pero la verdad es que son la embajada de los desesperados que buscan un lugar dónde reposar el espinazo. Una puerta, una cama, en ocasiones un baño, espejos en el techo y las paredes si te gusta el autovoyeurismo, una mesa, una TV con porno. Poco más que tú y la soledad compartida.

Una de las últimas exploraciones literarias de Guillermo Fadanelli tiene lugar en uno de estos sitios. Hotel DF muestra una variedad de personajes, locales o foráneos, que por diversas circunstancias terminan pidiendo un cuarto en uno de los hoteles de la ciudad. Como estructura, recuerda tal vez a una versión rápida de La vida instrucciones de uso de Georges Perec, donde se nos cuenta una historia a través de las esquirlas narrativas de los inquilinos de un edificio.

Existen también reputaciones que se desploman al verse enfrentadas con los moteles de paso. No es que el sátrapa pseudocomunicador Pedro Ferriz de Con tuviera alguna reputación que guardar, pero el escándalo de sus incursiones en un motel de paso con una compañera de trabajo dieron mucho de qué hablar a la prensa del corazón. Poco importa: los moteles del DF son el lugar de las alianzas pasajeras, de los amores por hora y de los refugios clandestinos.

Nunca digas nunca.


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