Pocos eventos han dejado una cicatriz tan profunda en la historia de la ciudad como el terremoto del 85. Pero al tiempo que el terremoto removió los cimientos de la ciudad, dejó al descubierto lo que escondemos realmente los capitalinos tras esa fachada de indiferencia. Nuestro espíritu permaneció intacto, no se derrumbó bajo el peso de las imágenes del desastre y el olor a muerte. Mientras el gobierno de Miguel de la Madrid se mantenía cruzado de brazos, la organización de la gente fue espontánea. Muchos lo dejaron todo para salir a ayudar; incluso la UNAM, que no fue afectada, cerró sus puertas durante una semana para que los estudiantes que lo quisieran pudieran auxiliar en las labores de rescate.
Fue una reacción animal, visceral. En un instante el terremoto derribó las fronteras sociales; la gente trabajaba codo a codo para rescatar a los caídos de entre los escombros. Nació la brigada de los Topos, que se sumergían incansablemente entre los restos de edificios caídos en busca de sobrevivientes, sabiendo que existía el riesgo de no volver a ver la luz del día.
Las víctimas fueron incontables; cientos de cuerpos reposaban sobre el campo de béisbol del Seguro Social esperando a ser reconocidos. Pero pronto se multiplicaron también los milagros. Cerca de 4 mil personas fueron encontradas con vida entre los escombros. Siete días después del sismo, los brigadistas no podían contener las lágrimas después de encontrar a tres bebés con vida entre los restos del hospital Juarez.
El 19 de septiembre de 1985 quedará grabado indeleblemente en los anales de la ciudad. Te compartimos una galería de imágenes, para mantener vivo el recuerdo del día en que los capitalinos se miraron a los ojos y se tendieron la mano incondicionalmente frente a la tragedia.
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