Aunque alguna vez el Centro de la ciudad fue una zona temible ―sobre todo en los años posteriores al temblor de 1985 y el abandono subsecuente que sufrió en varios aspectos―, desde hace algunos años ha recuperado ese atractivo que tuvo y que en cierta forma difícilmente perderá. Pase lo que pase, el Centro siempre será tal, un núcleo en donde se conserva mucha de la esencia de esta ciudad, comenzando por su historia y siguiendo hacia algunos de los rumbos que toma el presente y aun el futuro citadino que nos aguarda. El Centro no ha dejado de ser el corazón de la urbe; quizá no el único, pero sí uno de los más importantes.
Con todo, dicha importancia conlleva sus propias particularidades, muchas asequibles casi únicamente cuando pasas una temporada viviendo en el interior de sus fronteras, una zona de pronto difusa y de pronto bien delimitada por un puñado de grandes avenidas: Eje Central, Balderas, 20 de noviembre, República de Perú, José María Izazaga y quizá algunas más.
A continuación compartimos algunas de estas cortesía de un insider, un habitante que se ha encargado de recopilar esta curiosa lista que sin duda será ampliada con la experiencia de otrxs.
Todo está al alcance
El Centro no sería tal si no pudieras conseguir de todo. Un lapicero, unas bocinas, queso holandés, café de grano recién molido, herramientas, pan dulce, ropa, antigüedades, libros de segunda mano, muebles y un abundante etcétera. Prácticamente cualquier cosa se consigue en el Centro, con cierta frecuencia a un buen precio.
Sólo es cuestión de saber…
Todo está al alcance, pero es importante saber dónde. Es importante saber que en las inmediaciones de Correo Mayor se encuentra nuestro barrio libanés, que República del Salvador es “la calle de las papelerías” o que López abunda en carnicerías, pollerías y queserías. El chiste, claro, es saber qué calle es de qué.
El olor del Bordo
Sí: algunas noches o madrugadas te sorprende un olor nauseabundo, a medio camino entre lo podrido y lo aberrante. Dicen, pero es una versión no confirmada, que se trata del olor del Bordo de Xochiaca, traído por el aire para recordarnos que eso también es la ciudad, que esa es la confirmación de su vitalidad.
Los sábados son intransitables
A diferencia de la mayoría de la población de la ciudad los sábados son, en la mayor parte de sus horas, para no estar en el Centro. Muchas personas y familias enteras aprovechan el sábado para ir al Centro, lo cual provoca, casi inevitablemente, que sea justo el día en que quienes viven ahí no salgan para nada.
Fauna nociva
De hormigas a cucarachas y ratas o ratones, en el Centro la población de fauna nociva es quizá incluso superior a la población humana, por lo cual hay que ser sumamente cuidadoso para no compartir tu vida con estos simpáticos insectos y animales.
La historia está aquí
Aun en una caminata distraída por el Centro te encontrarás con tres o cuatro placas que anuncian acontecimientos importantes. La casa que perteneció al Conde de Regla, la casa donde nació Daniel Cosío Villegas, la placa que consigna el nivel que alcanzó el agua durante la inundación más grave del Virreinato.
Siempre encontrarás algo nuevo
El Centro, aun con toda la historia que lleva a cuestas, es un lugar vivo. Un lugar que sorprende. Un lugar donde siempre encontrarás algo nuevo: una plaza que no conocías, la tienda donde venden las especies más improbables, un personaje nocturno digno de la imaginación más original y más, mucho más.
La música de República del Salvador
Los éxitos de tu infancia y juventud continúan reproduciéndose una y otra vez en República del Salvador, la calle de los equipos de sonido, acaso la única calle del mundo donde Sean Paul convive con Gali Galiano, Los Ángeles Azules y Vicente Fernández.
Los mosquitos
Si olvidaste cerrar la ventana del cuarto por la tarde, prepárate para una noche de tortura e insomnio cortesía de una bandada de mosquitos que con premeditación, alevosía y ventaja te atacarán justo en ese momento en que comenzabas a conciliar el sueño. No un segundo antes ni un segundo después, sino en ese preciso momento.
Departamentos increíbles
Hubo una vez una ciudad donde sus habitantes vivían con dignidad. No en minúsculas cajas que sólo por accidente llevan el nombre de “departamentos”. Tampoco en edificios DIY de paredes de poliuretano y cimientos dudosos. En el Centro todavía hay edificios sólidos con departamentos increíbles, grandes techos y pisos de duela que son el marco de historias de vida envidiables.
No hay mejor campo de entrenamiento en prácticas de supervivencia
Caminar entre multitudes, cuidarse y cuidar a otros para no ser chacaleados, regatear para obtener el mejor precio de una mercancía y dar con los mejores tacos entre una oferta infinita. Eso, señoras y señores, es sobrevivir en la ciudad de Mexico, y el Centro es el territorio más idóneo para el mejor entrenamiento.
Los Cocuyos
Hay poco más que decir. Los mejores tacos de suadero y tripa de la ciudad. Punto.
Los domingos por la tarde
Después de todo el caos, de las palpitaciones y los temores, las sorpresas, las excentricidades, los insectos, las fiestas, las garnachas, los cafés de chinos, los ambulantes, las redadas, los tacos de canasta, las cemitas, los embutidos y los quesos, el Mercado de San Juan, los museos, las caminatas, las cantinas, las pulquerías, los carritos de super que venden sangría o agua mineral con limón, las baratijas made in China y todas esas identidades y colectividades que hacen al Centro, hay un momento inesperado de calma y tranquilidad: los domingos por la tarde. Al asomarse a una ventana en algún minuto del domingo, cuando el Sol comienza a decaer, el viento sopla ligeramente, la gente se prepara para enfrentar el lunes de nueva cuenta, los negocios están cerrados y los coches dejan de fluir, surge otro rostro del Centro, ese que se cree improbable y que sólo quienes vivimos ahí conocemos. Su rastro calmo, melancólico o al menos nostálgico, una bestia que duerme y que de pronto nos parece incluso tierna, como si los dos leones rampantes de su heráldica fueran poco más que dos gatitos de departamento que ronronean mientras te tomas un té o una cerveza a la luz de un silencioso atardecer.
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