Imaginemos a una ciudad como un cerebro gigante, avenidas con arboledas como dendritas, calles como sinapsis, banquetas como axones, distribuidores viales que son ganglios… Los neurotransmisores que conectan los mensajes de distintas regiones del cerebro urbano o los nodos que catalizan la red biológica de este superorganismo son los individuos que sirven como enlazadores entre diferentes comunidades y tribus. Estos aceleradores de la permeabilidad informática de una ciudad no sólo son los líderes de opinión, se encuentran en oficios pedestres que por su naturaleza viven un intenso intercambio de data. Por ejemplo, el peluquero, el taxista y el boleador, metáforas en movimiento del swapping cotidiano.
Estos oficios tradicionales cumplen un rol como agentes de información quizás más importante que el servicio que proveen. En el caso del taxista esto es evidente, especialmente aquellos que se salen de su zona tienen el potencial de vincular las ideas y las modas de los diferentes barrios, distribuyendo una corriente memética por la ciudad, recogiendo data y redistribuyéndola al procesarla bajo su particular filtro (el taxista conspiracionista, el taxista intelectual frustrado, el taxista devoto y, por qué no, el taxista chamán, etcétera).
El boleador es un oficio parrticuarlmente tradicional en México, servil y bondadoso. Pero esta tradición humilde tiene un origen que hay que dimensionar. El boleador encarna el arquetipo místico de Cristo que lavó los pies de sus discípulos, aquel que renuncia a su ego para servir al mundo, aquel que lava los pecados del mundo –absorbe los caminos grabados en los pies o en los zapatos: una enorme cantidad de data. El boleador es un zapatero itinerante o fincado en el centro del ágora y se inserta en una tradición milenaria de zapateros como fue el profeta Enoch (el Metatrón supraceleste de la cábala), o el místico alemán Jacobo Böhme, un zapatero que vio la totalidad de la existencia en un rayo de Sol sobre una lámina de latón y pasó su vida perseguido por las autoridades, escribiendo sobre su particular visión de Aleph. Al lustrar los zapatos el boleador hace eco de estos raptos místicos y produce reflejos cósmicos, ese cintila que evoca la luz solar que es el alma del mundo.
El peluquero también cumple una función similar al depurar a hombres y mujeres y cumplir una ablución de lo excedente. Este artículo de La Jornada llama a los peluqueros a reconvertirse en los cronistas de la ciudad: “Se dice que los peluqueros somos los antecesores del correo”, dice un peluquero entrevistado. No hay duda de que el peluquero, el taxista y el boleador están bajo la protección del dios mensajero, Hermes.
Todos estos oficios se sirven de la confesión y de la relajación que brindan a sus clientes para ser los vertederos de la información, de las anécdotas y del humor más rico. Pero a diferencia del cura y del psicoanalista, su oficio incrustado en el tejido popular los estimula a repetir lo que escuchan, para amenizar el servicio que proveen a sus siguientes clientes como una enorme central telefónica y de esta manera propagan el flujo irrestricto de la información. Muchos de ellos pueden servir como informantes de políticos, aunque suelen ser difíciles de controlar, ya que la información quiere ser libre y en ellos se vuelve impetuosa de salir al aire de la ciudad y multiplicarse.
Twitter del autor: @alepholo
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