La crónica es una de las maneras más eficaces para ilustrar un sitio. Su carácter rítmico permite que los lugares se dibujen en nuestras mentes con una fidelidad reluciente. Juan Villoro, en sus múltiples crónicas nos ha regalado fragmentos de lo que es la Ciudad de México, y con su honestidad habitual, no escatima en demostrar su monstruosidad; tal y como lo hace en su ensayo La ciudad de México: mujer barbuda.
Entre sus crónicas, ensayos y algunas novelas, Villoro devela, como lo describe Stefano Tedeschi, algunas imágenes poderosas de la Ciudad de México. Tedeschi hace una recopilación de algunos fragmentos que muestran este hombre enamorado de las complicaciones y fallas de esta urbe, y de su monstruosidad encantadora como en:
Al comienzo de El disparo de Argón:
“Y sin embargo la vida seguía como si nada: un voceador se calentaba las manos en la nube de un anafre, un gendarme escupía despacio en una alcantarilla, un afilador ofrecía su piedra giratoria soplando un silbato de aire algodonoso, gastado. El olor de siempre, a basura fresca, como si por aquí hubiera un muelle, una orilla para ver el agua; respiré con ganas: un efluvio de mercado recién puesto que en unas horas olería a mierda, carbón, venenos químicos.”
O en su “Materia dispuesta”, al momento de describir su colonia:
“La colonia se llamaba como la última parada del tranvía: Terminal Progreso.
[…]. Vivir en las afueras equivalía a crecer contra la naturaleza; anhelaba el día en que las milpas donde verdeaba el maíz fueran sustituidas por cines y centros comerciales. Estábamos en la incierta frontera de las familias recién perjudicadas o que mejoraron apenas lo suficiente para salir de una decrépita vecindad en el centro. […] Las diversiones locales consistían en desenterrar flechas de obsidiana en los lotes baldíos o pescar ajolotes en los arroyos y meandros cercanos a Xochimilco. Larvarios, fríos, gelatinosos, los ajolotes recordaban una era de volcanes activos y saurios fabulosos; por desgracia su hábitat de reducía al agua castigada de Xochimilco, lo único que quedaba del lago de los aztecas. Aquel paraje era un híbrido sin gloria; la ciudad sitiaba al campo sin derrotarlo y llegaba a nosotros en forma precaria: en los riachuelos, los celofanes de golosinas devoradas desde hacía varios meses, flotaban junto a los lirios.”
Leer a Villoro es aproximarse a un hombre que ama la ciudad tal y como es, sin un pudor de por medio para aceptarla y describirla. Acaso como un recordatorio de que lo idílico no siempre se vive como tal, y que lo defectuoso, curiosamente, una alusión popular a la Ciudad de México, puede llevar encantadoras sorpresas, siempre presentes.
También en MxCiy: México, Distrito Federal: La Mujer Barbuda (Una Brillante Metáfora de Juan Villoro)
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