Si contemplamos la ciudad como una entidad viva en sí misma, una perspectiva que, por cierto, parece no solo la más acertada, también la más sana, entonces empezamos a experimentarla de un modo distinto. Cada muro y superficie, literalmente cada pixel de nuestra ciudad, comienza a tener un sentido orquestado, a formar parte de una narrativa tan compleja como estimulante.
En sintonía con lo anterior, el arte urbano o callejero participa activamente en la construcción de esta narrativa colectiva, imprime episodios en los muros y rincones y reafirma el presente urbano en los transeúntes que pasan junto a cada una de sus piezas. Además, y como efectos colaterales, esta práctica incentiva la revaluación del entorno citadinos, refuerza la identificación entre espacio y habitantes, promueve la libertad de expresión y la creatividad. Por eso, entre otras razones, es un fenómeno tan importante en la ciudad contemporánea.
Recientemente una serie de escenas humorísticas invadieron las calles de Paris. Se trata de personajes a escala real, impresos por medio de esténciles, y que interactúan con diversos elementos del mobiliario urbano. Radiografías improbables, monstruos espontáneos y escenas de amor que emergen de la discreción de rincones, son algunos de los momentos narrativos que el artista callejero Levalet ha aportado a las vías parisinas.
Un maestro de arte, Charles Leval, es quien materializa al doppelganger de Levalet. Y al ser interrogado sobre su discurso creativo, Leval alude a una narrativa paralela, integral: lo que trato es definir una cosmología de un universo paralelo.
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