Un reggaetón hecho con el texto de un libro. Esta fue la idea que le ocurrió al Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM para combatir el miedo de la nueva juventud por la lectura, así como la trágica posición de México como el penúltimo lugar de 108 naciones según los índices de consumo de lectura.
Se trata de un video de dos minutos que muestra la producción de una canción de este subgénero latino (como parte de la campaña “Perrea un libro” del IIF), misma que adecua a su ritmo fragmentos del libro Tren Subterráneo de Fernando Curiel, escritor e investigador del Instituto. “La poesía es ritmo y la prosa es musicalidad”, dice Curiel en el video. La canción, producida por Dj Chango en compañía del cantante panameño Baby Killa, fue parte de una prueba realizada en una fiesta de perreo, en donde se regaló el libro a los adolescentes después de haber cantado y bailado el experimento.
Lo que a muchos les pareció una brillante idea para incentivar el hábito de la lectura, a otra buena cantidad le pareció prejuiciosa y ofensiva. “A los jóvenes no les gusta leer libros. Pero les gusta bailar”, asegura el IIF en el video. Este discurso fue un tanto peligroso de afirmar ya que fue precisamente la hipótesis controversial que dio a la crítica de qué hablar. Preguntas como si realmente a los jóvenes no les gusta leer según sus preferencias musicales, si es este el único medio para hacerlos leer y si en verdad es el deseo y no la supuesta “necesidad” la que orilla a los más jóvenes a tomar un libro, fueron algunas de las premisas de mayor énfasis.
Un punto interesante dentro de los comentarios espesos fue este último análisis, ya que cualquier punto de vista con el que se mira la relación entre joven-lectura se señala bajo la misma perspectiva: esperando que la juventud sea lectora literaria, juzgándosele por su manera de abordar ideas escritas y afirmando que se trata de una necesidad básica la de conocer ciertos elementos literarios que se enseñan en las escuelas de manera coercitiva. ¿Bajo qué criterios pones determinados libros en las manos de un adolescente?, nos dice acertadamente Alejandra Quiroz Hernández, bibliotecaria y profesora. Recordemos fugazmente al sistema educativo finlandés, uno de los mejores en el mundo que puso en operación recientemente una modificación total de su método de estudios básicos. La situación es bastante arriesgada: dejarán de enseñar materias para enfocarse en fenómenos; por ejemplo, ya no habrá más Historia de Europa, sino el por qué del fenómeno Unión Europea. Esta revolución pedagógica aún no vislumbra sus frutos o desastres, sin embargo ejemplifica una de las posibilidades de enseñar a los niños y jóvenes a utilizar su capacidad cognitiva con maneras alternativas para abordar las lecturas.
Por otro lado se encuentra el deseo de incentivar en algún tópico por cuenta propia. Una lectura resulta más apasionante si es de interés, si realmente es el pensamiento o reflexión que encaja en ese momento complejo de tu vida —como lo puede ser la adolescencia. En este sentido, cabría resaltar a los intermediarios, los culpables de que un adolescente incurra o no en el mundo de los libros. Los mediadores no necesariamente son los más doctos, puede ser el padre, un compañero de clase e incluso un músico. Dado que la música, en este caso el reggaetón, resulta un aliado de los deseos y propiamente de la inteligencia emocional de las personas, utilizarla como método de fomento a la lectura no es una idea nada desubicada, de hecho todo lo contrario. El reggaetón, que posa sus raíces más profundas en la cumbia y (más importante para este caso) en el rap, podría resultar un estimulo de la lectura trascendental para un cierto sector de la sociedad latinoamericana si se llevara a cabo por muchos de los mesías del fenómeno perreo. Cabe señalar que el rap, específicamente en sus orígenes con The Black Poets, fue la voz de la revolución ideológica, un símbolo de protesta que llevó a una serie de rebeliones necesarias en 1960, y un excelente ejemplo sobre cómo enseñarle al mundo textos literarios con ritmos de su interés. La música es también una metáfora de libertad, un deseo cual la literatura, de hacer visible nuestra capacidad anímica como seres humanos.
A la campaña se le señaló de ofensiva por resaltar que es dentro de este círculo musical que encontramos a los “jóvenes que no leen” y, viniendo semejante afirmación de un Instituto de Investigación, mucho dio a denotar sobre su falta de indagación de campo, pero sobre todo de actualización y/o modernización de su perspectiva. A pesar de ello, las cifras que marcan los niveles de pobreza en México (que es un poco más de la mitad de los 120 millones de habitantes en total) le dan una cierta razón al instituto, ya que la realidad devela que la música, la educación y cierto tipo de lecturas inaccesibles económicamente para muchos, se vuelven propias de ciertos sectores sociales.
Las estadísticas de la UNESCO arrojan la cifra aproximada de 3 libros extraescolares leídos por un mexicano en comparación con Alemania con un promedio de 12. Si recordamos que nuestras bibliotecas tampoco son suficientes para todos los habitantes (existen en promedio una por cada 15 mil habitantes), la situación se vuelve cada vez más cerrada a sus posibilidades.
Hay algo de prejuicioso también en los comentarios que satanizaron la campaña de manera categórica, ya que se critíca más no se propone una opción plausible que contribuya a combatir la ignorancia que después de todo, es el problema central que debe resolverse. Subestimar la capacidad de lectura de los jóvenes es la cuestión controversial y no la de apoyar las formas que se idealizan para adentrarlos a este proceso. La cuestión, me parece, debería ser ¿cómo lograr introducir a los más jóvenes en su desarrollo cognitivo, que además de enriquecer la imaginación, la capacidad de análisis y la perspectiva, ayuda a forjar seres anímicos libres?
Se habla de que la lectura y la educación son las únicas dos fuentes que tienen los mexicanos para mejorar su formación cívica y con ello mismo la cultura, sin embargo, pocas son las propuestas que ayudan a incentivar estos dos caminos de manera alternativa, por ejemplo, adecuándolos a los sucesos contemporáneos —como ocurrió en el caso de “Perrea un libro”. A pesar de que a muchos les parezca molesto y totalmente contradictorio (a lo que sea que signifique para muchos “leer”) el intento de fusionar la lectura con el reggaetón, en realidad el género existe en el panorama mental de nuestro país, el fenómeno perreo existe como una mayoría que creemos es la minoría, existe y esa mayoría de jóvenes bombardeados por lo que tienen a su alcance -la música-, tienen los mismos derechos de conocer la lectura que cualquier otro mexicano que se siente ofendido por la afirmación de que los jóvenes mexicanos no leen. Tal vez lo que el Instituto de Investigaciones Filológicas mostró, involuntariamente, no fue en sí su perspectiva “degradante” sobre la intelectualidad de los más jóvenes o incluso de cierto sector social-musical, sino la notable individualización que cosecha la ignorancia y esto, definitivamente no es sólo un problema de los “más jóvenes”.
Me parece que, en en vez de generar polémica a través de este tipo de campañas, no nos vendría mal idearlas (como por ejemplo, los booktubers que sugiere Alejandra en su texto) ya que como decía Thoreau: en nuestros días hay profesores de filosofía pero no filósofos; en nuestros días hay críticos pero no pensantes.
“La promoción de la lectura empieza con la divulgación de la lectura, ¿cuál es el mensaje? El texto mismo”, nos dice Curiel, un aspecto que debería ahondarse tan analíticamente como se ahondó en su discurso -malamente manejado-, de algo que quizás puede ser un buen experimento: perrear un libro.