Existen dos ingredientes urbanos principalmente, sin los que una ciudad no sería llamada como tal si le hiciese falta alguno de ellos: las personas y sus calles. Difícilmente se podría concebir estar solo cuando se camina por las calles (y paradójicamente pasa, cuando nuestra mente se hace consciente de su propia existencia y se percibe ajeno a su entorno), más aún cuando se sabe que se camina por las calles de una metrópoli con 8 millones de habitantes.
Es normal sentirnos solos por momentos, pero es más común sentirnos acompañados por extraños, o quizás por fantasmas del pasado que involuntariamente dejaron un rastro de esencia al haber caminado por el mismo lugar donde también hemos dejado parte de nosotros.
El flujo de personas, o mejor dicho de entidades que transitan por el pavimento día con día es quizás lo que nos mantiene inquietos al posarnos en un sendero estrecho donde físicamente no hay nadie; un callejón, al que normalmente asimilamos sin salida.
Nombramos callejones a los pasajes congelados en el tiempo, caminos cuyo boceto se ha quedado en una época antigua ajena al paisaje moderno de una gran capital a la que estamos acostumbrados. Generalmente de anchura angosta y estética olvidada, los callejones -específicamente los de la ciudad de México-, suelen generar leyendas entre sus transeúntes sobre algún episodio inmortal ocurrido entre sus esquinas que de alguna manera nos afecta recordarlo (recordar siempre es reencarnar), y como una sombra contraluz nos persigue mientras los caminamos nerviosamente.
La percepción humana tiene la capacidad de darle sentido a lo “existente”; el instinto, por el contrario, posee la extraña cualidad de hacer consciente el inconsciente y es por medio de dicha intuición, que logramos experimentar sensaciones introspectivas con respecto a un sitio que aguarda grandes cantidades de murmullos fantasma. Mitos y leyendas de ese inconsciente colectivo se exteriorizan manifestándose en lo que sería probablemente, la calle más lóbrega de una ciudad: el callejón. En la ciudad de México tenemos dos callejones celebres por lo que en sus muros antiquísimos se cuenta:
Callejón del Aguacate
Las leyendas que deambulan por el callejón del aguacate son numerosas y alucinantes si se relacionan entre sí. En la zona donde está ubicado el callejón del aguacate (Coyoacán), existen túneles subterráneos de monasterios que datan a la época de la guerra critsera, cuando el gobierno de Plutarco Elías Calles intentó derrocar el poder que la iglesia católica tenia sobre los bienes de la nación y ésta se levantó en armas. Conociendo este dato lo que sigue es de esperarse. Los habitantes de la zona han asegurado ver la imagen de un militar muerto parado junto al árbol que está frente al callejón, la silueta de un ahorcado, una monja pálida y el rostro de un niño que según la historia fue asesinado por un militar.
Otras leyenda nos dice que en una casa abandonada, próxima al callejón, Lázaro Cardenas y colegas solían practicar magia negra y jugar a la ouija. Vecinos aseguran que el alumbrado público de ese lugar nunca ha podido funcionar correctamente, a pesar de que continuamente se ha intentado reparar por gente de Luz y Fuerza y CFE. Otros afirman que en este lugar se encuentran muchos perros muertos y que los accidentes pasan concurridamente.
Callejón del Diablo
En este sendero se han creado historias sobre dimensiones paralelas que se desdoblan en la medida en que el callejón se dilata entre la avenida de Río Mixcoac y la calle Campana. Las apologías surgen a partir de que mucha gente asegura que aquí se han hecho ritos satánicos y aquelarres, siendo un lugar, que muchos vecinos describen como un pasaje con una vibra fuerte. Según la leyenda más mencionada, el diablo se apareció a dos sujetos que a cambio de no robarles su alma los despojó de todos sus objetos de valor y advirtió que el pueblo debía hacer lo mismo o comenzaría a llevarse sus almas. Los dos sujetos (que en realidad se piensa, eran ladrones engañando a la gente) corrieron la voz entre los vecinos y en cuestión de días todos comenzaron a llevar ofrendas con dinero y artículos de gran valor. Como es de esperarse a las mañanas siguientes las posesiones ya no estaban, pero hubo un día, una mañana, en que los vecinos se percataron que las cosas que habían dejado la noche anterior seguían en el callejón. Buscaron a los dos hombres que habían sido testigos del demonio y notaron que en su casa además de las pertenencias robadas al pueblo engañado, los ladrones no estaban pero tampoco había señales de que hubiesen empacado sus cosas. Desaparecieron y nunca se supo que ocurrió con ellos. Entre los vecinos del callejón del diablo se piensa que el demonio cobró venganza por aquel engaño firmado con su nombre, otros creen que arrepentidos por una aparición espectral huyeron del pueblo.
Ambas historias parecen más hilarantes que espeluznantes, pero recordemos que en épocas antiguas, cuando por lo menos no se concebía en su totalidad lo que era la electricidad, muchos habitantes de la ciudad juraron y afirmaron siempre haber visto apariciones del diablo vestido de charro, como un chivo andando en dos patas, almas en pena como la llorona, la planchada y demás fantasmas que por mucho tiempo figuraron en el inconsciente colectivo de nuestra ciudad. A pesar de los temores que hemos perdido gracias a internet, nos sigue pareciendo riesgoso adentrarnos a estos lugares; ¿intuición?
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