Con la muerte de Jacobo Zabludovsky una época también murió. El prototipo del comunicador de estado, el vocero de televisa, hombre de claro/obscuros. Jacobo fue uno de los primeros que informó sobre los daños provocados por el temblor del 85 en directo, reporteando con uno de los primeros teléfonos móviles, desde su auto. Entrevistó a María Félix, a Cantinflas, al papa y a muchos otros personajes. Con su salida de la televisión y su incursión a la radio, también llegó otro Jacobo, uno que arremetió contra el poder y se volvió crítico del sistema.
La Revista de la Universidad de México publicó un retrato del comunicador hecho por Vicente Leñero en el que podemos ver a manera de cierre de la nota un relato:
Se abre la portezuela de un cuatro puertas negro y de él sale un hombre de 86 años en pleno dominio de la verticalidad. Asombra su entereza, su salud, la invariable sonrisa con la que extiende sus labios hacia quienes lo aguardan en la banqueta.
Es Jacobo Zabludovsky en el momento de llegar al recinto de la Cámara de Diputados para recibir la Medalla Eduardo Neri por sus 70 años de actividad periodística.
Después de los primeros apretones de manos, de escuchar palabras de anticipada felicitación, de recibir quizás un abrazo que le descompone por momentos su traje negro de dos botones, el celebrado cruza un pasillo entre ruido de aplausos.
Llega al foro. Escucha una elogiosa presentación. Se le entrega la medalla. Más elogios, más apretones de manos.
Lo invitan a que ocupe el atril para pronunciar el discurso que lleva escrito en hojas de papel bond.
En el nutrido salón, los legisladores e invitados se remueven en sus asientos, expectantes. Él empieza a leer con la modulación y el timbre de voz que tanto le conocen los presentes. Dice:
“Esta mañana no vengo a otra cosa más que a pedir perdón. Quiero pedir perdón a todos los que ofendí o lastimé o desacredité durante mi larga carrera periodística. Perdón por haberme sometido a las exigencias de la empresa en la que trabajaba, del gobierno al que servía, de los políticos a los que me rendí. Perdón por torcer la realidad. Perdón por no haber contribuido en aquellos desafortunados años a la libertad de expresión que ahora pretendo ejercer con profundo arrepentimiento. A eso he venido esta mañana: a pedir perdón”.
El silencio es absoluto en el recinto. Lo rompen, segundos después, un par de manos que aplauden lentamente y que desatan por fin el aplauso estentóreo, universal, a Jacobo Zabludovsky.
La siguiente entrevista la realizó Jacobo en 1971 en la casa del pintor catalán en Portlligan. Ante los exabruptos de Dalí vemos un dominio creciente de la seguridad del comunicador quien evita varias veces ser despachado y llega a preguntarle si considera que Dalí está loco, sin ofenderse demasiado.
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