Si bien es cierto, la vida y la muerte poseen una relación mística sumamente importante para la mente humana. En términos biotas, por ejemplo, se representa la vida y la propagación de ésta mediante un jardín botánico, que se dedica a observar y preservar las especies vegetales, mientras que la muerte tiene presencia en un herbario que, así como los cementerios humanos, custodia los restos de seres los cuales es importante conservar para saber sobre su existencia.
En el mapa colectivo, ambos conservatorios son significativos y al mismo tiempo fungen como lugares fascinantes para conocer sobre las hermosas especies fotosintéticas que figuran a nuestros alrededores. La mayor parte de plantas que cohabitan en nuestro país son endémicas de la región, por ello es que existen instituciones como el Herbario Nacional de México para registrarlas.
Este majestuoso acervo de 1, 300, 000 ejemplares mexicanos custodiado por el IBUNAM, es el más grande de América Latina (otro de muchos logros de la Ciudad de México por preponderarse a nivel continental) gracias a que cada año se encuentran archivando unas 20 mil plantas.
Aquí se coleccionan partes de plantas y plantas completas que se secan y se montan en papeles o se conservan en alcohol; semillas que son guardadas en cajas y frutos en portaobjetos, así como también distintas clases de hongos, algas, líquenes y musgos. Según el instituto, los ejemplares pueden llegar a conservarse hasta 100 años.
Hoy, el Herbario Nacional de México se encuentra digitalizando todas sus especies para conservarlas de por vida, una valiosa acción que si bien puede convertirse en una proyección de gran ayuda para investigaciones científicas de aporte primario –como es el caso del herbario del IMSS y su uso medicinal–, también logrará materializarnos la muerte en imágenes muy poéticas, hermosos vestigios sobre una especie que también fue un habitante más de este planeta.
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