La palabra chilango, según el Diccionario de la Real Academia, nombra a alguien perteneciente o relativo a la Ciudad de México. Para muchos, los chilangos son aquellas personas que nacieron en otro estado del país y llegaron a vivir a la capital.
Existen diferentes teorías sobre el origen de la palabra. El escritor Gabriel Zaid, por ejemplo, sostiene que chilango proviene del estado de Veracruz y deriva de xilaan, que significa “desgreñado”. Otros estudiosos indican que el origen de este polémico gentilicio es la palabra cilanco, que nombra al charco salado que queda después de que un río se seca; tratándose de una ciudad que alguna vez estuvo sobre el lago de Texcoco, tiene sentido.
Una teoría más establece que chilango era el nombre que antiguamente se le daba en los mercados a los vendedores de chiles, y que se distinguían por hablar con un tono melódico, cantado. Para otros, el nombre nació porque en épocas de la Independencia, los presos que eran transportados de la Ciudad de México a la prisión de San Juan de Ulúa en Veracruz eran atados en grupos, de la misma manera en la que los manojos de chiles (conocidos como chilangas) se amarraban para venderse en los mercados. También se cree que chilango podría derivar de la palabra huachinango.
Sin importar la diferencia que existe entre los defeños, los capitalinos y los chilangos (si es que ésta realmente existe), la palabra se utiliza en ocasiones de manera despectiva, y en otras, como un adjetivo digno de orgullo. Para unos, los capitalinos son engañosos, vivos, groseros o agresivos; otros los consideran más cultos y sofisticados que la gente de la provincia.
Sin duda, una ciudad define a quienes la habitan de una u otra manera. Pero, ¿de qué manera? Vale la pena preguntarse qué es exactamente lo que caracteriza a los habitantes de la Ciudad de México, cómo es que pueden compartir rasgos los millones de habitantes de la capital y, yendo un poco más lejos, qué podría hacernos diferentes a los mexicanos de la gente de otras naciones, especialmente tratándose de un país tan grande y diverso.
Lo único que queda concluir es que estas diferencias, opiniones y debates en torno a los que habitan la Ciudad de México reflejan un rasgo que caracteriza a la raza humana entera: la relación de amor y odio, de miedo y atracción con la otredad, con lo diferente.
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