2 de noviembre y la leyenda sagrada de Mictlán

A diferencia de la religión católica, en la cultura mesoamericana no se creía en la existencia de un cielo y un infierno. Ellos, pensaban que los caminos que tomaban las almas de los muertos no dependían de su comportamiento en vida, sino del tipo de muerte por el que habían pasado.

Existían tres lugares a los que los muertos llegaban. El Tlalocan era uno de ellos. Era el paraíso de Tláloc, el dios de la lluvia. Aquí llegaban todos los que habían muerto por situaciones relacionadas con el agua. Lo más común era incinerar a los muertos, pero aquellos que estaban destinados a llegar con Tláloc, eran enterrados para que, como las semillas, tuvieran la posibilidad de germinar.

Otro destino era el Omeyoacán, conocido como el paraíso del sol. Este era el más prestigiado en la escala de valores de los prehispánicos, pues correspondía al lugar que albergaba las almas de los caídos en combate. Dígase los cautivos que se sacrificaban o las madres fallecidas en parto, habitar en el Omeyoacán era visto como un privilegio, pues estaba la oportunidad de acompañar al sol en su nacimiento de todos los días.

El último lugar de los muertos era el Mictlán. Aquí, la gente iba cuando moría por causas naturales. Se cree que estaba integrado por nueve planos y que solamente con la ayuda de un perro podrías ingresar al Mictlán.

Solamente si en vida habías tratado bien al animal, podrías encontrarlo tras tu muerte, y éste te guiaría para realizar el viaje al lugar. De no haber sido un buen amo, el cuerpo se quedaría en el sitio de su muerte toda la eternidad.

No se trataba de un viaje sencillo, había que realizar varias pruebas. Pasar entre dos montes chocantes, entrar a un camino con culebras y atravesar fuertes vientos eran solo algunos de los desafíos que las almas comunes tenían que enfrentar. Cuatro años duraba este viaje, y al acabar las pruebas, podías atravesar el río montado en tu perro.

mictlan

Finalmente, el cuerpo se presentaba ante Mictlantecutli y Mictecacihuatl (señor y señora de la muerte). Según la mitología, ellos mandaban este mundo de muertos, que no contaba con puertas ni ventanas.

Mientras tanto, en la tierra de los vivos, los familiares de los muertos celebraban (en agosto) la dualidad de la vida y la muerte. Estas festividades corrían a cargo de “La dama de la muerte”, quien actualmente se le representa como La Catrina.

El culto a la muerte se practicaba con la conserva de los cráneos de los muertos, ya que no solamente simbolizaba la muerte, sino el renacimiento.

Pero tras la conquista de los españoles a la gran Tenochtitlán y con la llegada de los evangelizadores cristianos, las tradiciones  de los Aztecas, Totonacas, Mayas, Purepechas y Nahuas se vieron sometidas a una fusión.

El ya llamado “Día de Muertos” movió su celebración al mes de noviembre, para que coincidiera con las festividades católicas del Día de todos los Santos y todas las Almas.


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