Es curiosa la manera en que el tiempo borra la historia de personajes que en otro tiempo resultaron fundamentales, cómo en muchas ocasiones, visitamos espacios y edificaciones cuya historia y creadores han quedado enterrados en el tiempo.
Ese es el caso de Miguel Ángel de Quevedo que dedicó su vida a hacer parques y reservas naturales, cuidar de la flora de México, y de alguna forma, dar vida a espacios que hoy son tesoros inadvertidos y vitales de nuestra capital. Actualmente, muy pocos saben sobre él…
Quevedo nació en Guadalajara en 1859. Hizo un diplomado en ciencias en la Universidad de Burdeos y se graduó como ingeniero en la Escuela Politécnica de París. Cuando volvió a México, a comienzos del siglo XX, trabajó en el Departamento Forestal de la Secretaría de Agricultura, donde llevó a cabo un proyecto para incrementar las áreas verdes de la Ciudad de México; sus esfuerzos lograron, al cabo de diez años, reforestar en un 800% la creciente capital del país.
Lo que hoy en día conocemos como los Viveros de Coyoacán, por ejemplo, fue un proyecto de Miguel Ángel de Quevedo, quien buscó el apoyo del gobierno de Porfirio Díaz para expandir y conservar este gran jardín; él mismo donó una hectárea del terreno que habría de convertirse (junto a otro terrenos que compró el Gobierno Federal) en el lugar donde nacieron muchísimos de los árboles que hoy pueblan calles, parques y jardines mexicanos.
Esta pequeña reserva, que actualmente mide 39 hectáreas, fue el primer vivero forestal que se fundó en la Ciudad de México.
La importancia de los Viveros de Coyoacán radica en la cantidad de árboles que producía en sus primeras etapas: alrededor de dos millones al año. Las diversidad de especies que se criaron ahí (varios tipos de eucaliptos, acacias, álamos blancos de Canadá, sauces, sicomoros y pinos, por nombrar sólo algunas de las cerca de 400 especies que crecían en el vivero) poblaron jardines públicos y privados en todo el país y, en la mayoría de las ocasiones, eran donados sin ningún costo. Durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, en 1938, los Viveros de Coyoacán abrieron sus puertas al público oficialmente y fueron declarados por el presidente Parque Nacional.
Anteriormente, Quevedo también había trabajado en un proyecto para la conservación de una reserva natural en Quintana Roo,además de dedicarse a la delimitación y establecimiento, en la segunda década del siglo XX, de lo que hoy es el Desierto de los Leones, que fue el primer parque nacional de México.
Recordar a alguien como Miguel Ángel de Quevedo resulta fundamental en una época como la nuestra, una en la que las llamadas “ciudades verdes” son unas utopías a las que aspiran muchas de las grandes ciudades del mundo.
El invaluable y por demás bello trabajo de este ingeniero, conservacionista y amante de la naturaleza transformó y embelleció de una manera definitiva la Ciudad de México. Por esta razón, no debemos olvidarnos de él.
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