Pareciera que las marchas pacíficas, de igual forma que la violencia, no son el método más idóneo para revelarse. Algunos dicen que las marchas son obsoletas, otros, que un tweet o una foto nacionalista no resolverán las cosas. Pareciera que las formas en que podemos ser un revolucionario, quizás, como alguna vez lo fue Emiliano Zapata, se encuentran escondidas, o es que tal vez son tan sencillas que no podemos verlas.
El surrealista André Bretón se interesó en algún punto de los años 30 en el simbolismo de la revolución en México. Advertía que “el sueño y la poesía son por excelencia –y fisiológicamente– las actividades revolucionarias de la vida” y en una cultura como la nuestra, cuya lengua nativa –el náhuatl–, descansa sus raíces en la música y la poesía, y por otro lado, una cultura “soñadora”, o quizás reveladora de su inconsciente, que a pesar de las evoluciones modernas no ha olvidado su pasado y lo manifiesta en cada una de sus acciones. Conviene señalar la idea de Bretón sobre México, la vida y la muerte:
México, mal despertado de su pasado mitológico sigue evolucionando bajo la protección de Xochipilli, dios de las flores y de la poesía lírica, y de Coatlicue, diosa de la tierra y de la muerte violenta, cuyas efigies, dominando en patetismo y en intensidad a todas las otras, intercambian de punta a punta del museo nacional, por encima de las cabezas de los campesinos indios que son sus visitantes más numerosos y más recogidos, palabras aladas y gritos roncos. Este poder de conciliación de la vida y la muerte es sin lugar a dudas el principal atractivo de que dispone México. A este respecto mantiene abierto un registro inagotable de sensaciones, desde las más benignas, hasta las más insidiosas.
“La conciliación de la vida y la muerte” en México es un punto interesante, puesto que una sociedad como la nuestra que antiguamente elogiaba la muerte, ha de tener sus momentos fugaces de valentía ante la misma. Y es quizás por ello que las luchas no terminan sino que se hacen más constantes.
Antonin Artaud también habló un poco sobre la calidad revolucionaría de México y lo expresó como la tierra que asimila la cultura y civilización europea imprimiéndole una forma mexicana y por otro lado, y más importante para este caso, aquella que se mantiene rebelde ante el progreso. Y con esta rebeldía no se refiere a quedar inmóviles en el pasado, sino a defender, pero sobre todo trascender, la cultura “eterna” mexicana.
Hoy, el ser revolucionario requiere un poco más de esfuerzo, y no porque no existan los medios para hacerlo, sino porque se han olvidado exponencialmente los principios en el sentido del deber y con la posición que tiene un individuo en calidad de ciudadano, que no sólo es una denominación por el simple hecho de vivir en una urbe sino porque la ciudadanía se ejerce.
¿Y cómo se puede ser un buen revolucionario en el mundo contemporáneo? No es una solución pero sí una propuesta universal que en infinidad de ocasiones se ha dicho ya: replanteando los modelos de vida y de pensamiento actuales, comparándolos con el pasado que ulteriormente puede, también, replantear nuestro futuro.
Conocer, por ejemplo, que la comunidad maya tiene un fuerte pasado apoyado en cientos de luchas desde la guerra de Castas, y que a la fecha siguen poniendo el ejemplo de lo que es revelarse por defender y preservar su cultura a partir movimientos como el EZLN, o más importante aún, a través de la enseñanza, de la mano de instituciones como la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, que se encarga de enseñar a niños de la sierra.
Más allá del “esnobismo” intelectual, el activismo o incluso anarquismo que se profesa tan sólo utilizando la palabra Revolución, existen un ciento de valores que se defienden a través de proyectos, colectivos, organizaciones. Reconociéndonos como “pueblo”, pero también como individuo y al otro, sin fomentar el egoísmo.
A continuación te damos un par de ejemplos de los que ya se ha hablado en MXCity para llevar a cabo una actitud revolucionaria:
Una teoría fabricada por el arquitecto Marco Casagrande, la cual sugiere que sanemos la ciudad interviniendo meridianos de energía específicos (o locales), utilizando agujas de creatividad. Creatividad sin control y con libertad total. En Acupuntura, estos meridianos intervienen en la regulación de las funciones orgánicas, así como en el flujo de energía a través de los órganos. Al visualizar la ciudad como un organismo vivo, pluri-dimensional, energético y sensorial; un ecosistema vivo que al igual que el cuerpo humano tiende a desequilibrar sus engranes y con ello a sus células (sus habitantes), es preciso idear una exploración manual o anatómica de la ciudad para reconocer cuáles son los meridianos de energía que deben atacarse. Proyectar, por ejemplo, soluciones a pequeños problemas que se encuentran al alcance de resolver, ya sea la transformación de los hábitos sociales, el cuidado de nuestro medio ambiente o la investigación misma por encontrarle un uso reciclable a cada materia consumible.
Proyectos que ejemplifican mejor está formula revolucionaria es el de Isla urbana, que se dedica a instalar sistemas de captación de agua de lluvia en zonas de la urbe donde se carece de ella, o el de los los “picnics masivos” realizados sobre avenidas grandes que antes fueron ríos, y que pretenden con ello llamar la atención de las autoridades para rescatar los ríos de la ciudad de México.
La acupuntura urbana versa principalmente en el desarrollo y la supervivencia de las sociedades a través de sus propios métodos. Una visión que encaja perfectamente en la de una ciudad inteligente.
Un método bastante casual de hacer activismo y también una revolución en las calles. En este tipo de teatro existe un público, actores y también un escenario pero ninguno de los tres elementos se reconocen como tal. El escenario son las calles y los sitios públicos, el espectador, la gente que transita o espera y el actor puedes ser tú. En el teatro invisible nadie, excepto los actores, saben lo que está ocurriendo. Ya sea en el transporte Metro, en la parada de autobús o en el parque, hablar en voz alta sobre un contexto social-político, ecológico y hasta de índole personal pero que refleje una preocupación por la sociedad de hoy provoca que el receptor (la gente a tu alrededor), preste atención y se involucre indirectamente en el tema. Ya sea llevando lo que escucho a casa o a otras personas. Hacer teatro invisible es una forma de activismo poético, una acción lúdica para concientizar en las calles.
Ser un revolucionario contemporáneo implica develar el juicio, comportamientos y actitudes de una sociedad que no está funcionando. Desde sus más pequeños detalles –sus células o habitantes–, e intentar modificarlos a través de la acción y la palabra. La revolución se germina día a día, está en nosotros, en nuestras formas de responder por el mundo.
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