Cada zona de la Ciudad de México contiene secretos y monumentos, una amalgama de recuerdos dispuestos a ser admirados por exploradores urbanos. Basta un cuaderno, una cámara o un grabador de voz, para dar testimonio de lo que ha sido y nunca se repetirá –como una pequeña muerte que pretende conservar un ápice de vida–.
Sin embargo, ¿qué tiene de especial la ciudad para desear contenerla en vida?
Si bien la ciudad es un espacio relativamente pequeño, se requiere de mucho tiempo para conocerla pues todo está constante movimiento. El horizonte se pierde. No obstante, para Melanie Smith, artista británica, comprender a la CDMX en términos de micro y macro es una oportunidad para contar las historias de las capas cristalinas de determinadas épocas.
Perderse en la complejidad y saturación de este horizonte es relativamente fácil, por lo que Smith tuvo que esforzarse para no sentirse como una aguja en un pajar urbano. Sus experiencias en esta ciudad se convirtieron en el compás de sus actuales obras de arte.
La Central de Abastos. Es el mercado más grande la ciudad, y en cierta manera también su corazón. Es el primer destino de todos los productos que se distribuyen en pequeños mercados y tiendas. Parece como una locura cómo la distribución se centralice en la ciudad, y aún así se mantenga como el lugar más barato para comprar. El centro sostiene diario más de 30 000 toneladas de productos de comida. Es un lugar caótico donde es difícil de calcular la escala de consumo dentro de la ciudad. Se siente como una máquina de 24 horas que nunca se apaga, donde las grandes y pequeñas escalas se fusionan, en donde todo fluye en todos los sentidos.
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Desde primera vez que vine a la ciudad de México, me atrajo la presentación de los objetos, en especial en el centro y los mercados. Trabajé en una serie de presentaciones, con base en el color naranja. En este caso, el naranja era un químico naranja, un color que siempre gritaba “se vende” en mi visión periférica. La forma de los trabajos lo llamé como la arqueología del futuro. Mientras que en el centro de la ciudad de México aún hay artefactos prehispánicos del Templo Mayor, uno de los principales templos de los aztecas.
El Centro Histórico. Una vez viví ahí durante mis primeros años en la ciudad de México, y el centro se convirtió en un estudio expandido. El área era una mezcla entre la arquitectura colonial y moderna, y el espacio comercia. A pie, se puede ver la ciudad a detalle: en cada escala, momento e intensidad. Un mar de personas viene de todas partes del país para comprar cosas aquí. Yo estaba hipnotizada por la manera en que presentaban los materiales. Hay calles que venden cierto tipo de material: herramientas, plástico, decoraciones, eléctricos y más. Estos objetos se incorporaron a mi trabajo desde la década de los 90.
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Tlatelolco es un proyecto arquitectónico de la década de los 60, por Mario Pani. Se construyó junto a unas ruinas aztecas. Se convirtió en un sitio emblemático desde la matanza de los estudiantes en 1968, en donde cientos de civiles fueron masacrados por la policía y el ejército. El complejo tiene más de 100 edificios, con sus propias escuelas, hospitales y tiendas –una especie de ciudad dentro de una ciudad–. Con el terremoto de 1985, uno de los edificios colapsó. Los edificios todavía tienen muchos problemas estructurales, y el peso provoca que estén inundándose. Hoy por hoy, el lugar está desmoronándose. Para mí, esto simboliza la complejidad de toda la modernidad misma en México.
Cabeza de Juárez. El monumento de 13×9 metros y seis toneladas es un homenaje al primer presidente indígena, Benito Juárez. Diseñado por el arquitecto de Lorenzo Carrasco, este monumento refleja el espíritu nacionalista del estudio Gráfico Popular. Juárez, oriundo de Oaxaca, fue un reformador progresista en búsqueda de los derechos de equidad a favor de las personas indígenas. Muchas calles, ciudades e instituciones tienen este nombre en su honor, así como el aeropuerto internacional de la ciudad de México. Hoy el monumento se encuentra a las afueras de la colonia Iztapalapa, seguido de un lote de coches. Es un sorprendente e ideológico monumento en un área significativamente conflictiva.
Estadio Azteca. Hasta la década de los 60, este ícono de la modernidad mexicana era el estadio más grande del mundo –con la capacidad para 114 000 personas–. Aquí, junto con Rafael Ortega, hice este proyecto con 3 000 alumnos de secundaria, quienes levantar unas pancartas formando un mosaico con imágenes icónicas de la historia de México y de Avant Garde. Cada imagen era una especie de pixel que formaba una imagen más grande. Se perdió el control porque los niños se rehusaron a escuchar las instrucciones. Al final de la pieza comenzaron una especie de oscilación de abstracción–, vacilando entre caos y control.
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