La arquitectura religiosa ha sido sin duda un tema recurrente a lo largo de la historia del ser humano. A través del tiempo ha dado pie a innovar y llevar los materiales a sus límites, ha marcado tendencias e incluso ha cambiado la forma en que nos aproximamos al espacio. Si bien, estos espacios nos impresionan por su monumentalidad, otros nos maravillan por la forma en que muestran el dominio de estructuras y geometrías como es el caso de la Capilla de San José el Altillo.
Ubicada en lo que antes era la Hacienda el Altillo en Coyoacán, esta obra concluida en 1958 por el Arquitecto Enrique de la Mora, responsable de los primeros ejercicios modernos para renovar la arquitectura religiosa en México, y el ingeniero español Félix Candela, quien tuvo una extensa línea de investigación de cascarones estructurales, formas estructurales y sus diversas aplicaciones, dejan con excelente sabor de boca a quien la visita.
A primera instancia parece un edificio muy sencillo, pero a medida que se entiende la complejidad e integración de la parte arquitectónica, estructural y funcionalidad, hay una atracción innegable de seguir descubriendo las sorpresas en los detalles.
Si partimos de que la creatividad es encontrar varias soluciones a un mismo problema, creo yo que la innovación es encontrar una solución a varios problemas. Dado que el amplio trabajo de Félix Candela combina la forma y el material para resolver varios problemas es considerado uno de los ingenieros más prodigiosos y elegantes de la arquitectura moderna.
Generando cascarones como cubiertas ligeras de concreto (5 cm de espesor) logra abarcar grandes superficies sin utilizar columnas de una manera interesante y económica. La forma en que lo hace, es a partir de la aplicación de paraboloides hiperbólicas las cuales se construyen por medio de superficies regladas que a medida que se van girando dan como resultado curvas cónicas complejas que se auto soportan. Es decir se dota al material de cualidades estructurales a partir de la forma.
Además de resolver la techumbre de manera económica, estas formas geométricas le dan al edificio múltiples beneficios. Arquitectónicamente, el hecho de no tener columnas ayuda a tener una planta libre de obstáculos visuales que permiten disponer el altar en el centro y a la vista de todos.
El maravilloso vitral diseñado por Herbert y Kitzia Hoffman ayuda a controlar la luz natural y pintar el espacio en tonos ámbar y azules, levantando la sensación cálida del espacio. La techumbre ayuda a repartir la acústica de forma homogénea en todo el espacio ya sea desde el centro (donde se encuentra el altar)o desde los vértices longitudinales (donde en uno de ellos se encuentra el coro).
Por otro lado, para poder hacer esta techumbre se debe combinar el uso de concreto, una excelente mano de obra y una cimbra de madera que le da un acabado final muy interesante al paño interior de la losa. Por último el edificio se integra muy bien aprovechando la pendiente natural del terreno para jugar con la escala haciendo que de un extremo el edificio parezca bajo y del otro sorprenda una vez más con una altura considerable.
El Altillo es un claro ejemplo de que en México hay obras que muestran que cuando la estructura y la arquitectura trabajan juntas, ambas se benefician. Asimismo el templo tiene gran valor por la calidad espacial que existe detrás de un profundo entendimiento geométrico, una excelente técnica constructiva y un control del espacio.
Como parte de un recorrido cultural por Coyoacán, el Altillo, es seguramente una de las paradas obligadas si se quiere apreciar una arquitectura que es discreta pero a su vez sofisticada y contundente.
Av. Universidad 1700, Santa Catarina, Coyoacán
Por Jesús M. Llamosas
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