Fue a finales del siglo XVIII cuando en Italia, el sacerdote Francisco Javier Clavijero se encontró con un libro que se había publicado dos siglos antes y que llevaba por nombre “Navegaciones y Viajes”. La obra estaba escrita en italiano, se trataba de un libro viejo que sorprendió al padre con el contenido que estaba plasmado en sus antiguas hojas, era el trabajo de un narrador desconocido, un cronista fantasma de la conquista.
Eran historias sobre diferentes viajes antiguos. La travesía de Marco Polo, Américo Vespucio y Fernando de Magallanes se encontraba ahí. Pero el relato que más le llamó la atención a Francisco Clavijero fue el de la Conquista de la Nueva España. Un supuesto compañero de Hernán Cortés había sido el autor de esta historia, a la cual se le reconoció como “Relación de algunas de las cosas de la Nueva España y de la gran ciudad de Temistitán México”.
Lo interesante de este relato, es que ningún autor de origen mexicano mencionaba a un compañero tan cercano a Cortés. Por este motivo, tras fallar en el intento de descubrir su identidad, el sacerdote lo nombro “El Conquistador anónimo”. Cabe mencionar, que su historia sobre la Conquista se tomó como verídica y exacta.
Dicha Relación no habla sobre los sucesos de la Conquista como tal, sin embargo, sí detalla de gran forma la ciudad de Tenochtitlán. Se describen las calles, los templos, las casas, la forma de actuar de los habitantes, sus tradiciones, sus armas, sus guerras y hasta sus fiestas. Se dice que es la última fotografía de la capital azteca, antes de ser destrozada y convertida en la Nueva España.
Para el siglo XIX, Carlos María de Bustamante confirmó la identidad del llamado Conquistador Anónimo. Se trataba de Francisco de Terrazas, el mayordomo de Hernán Cortés. Al descifrar el nombre del aclamado cronista, Bustamante también ahondó en su historia y su papel en el viaje de Conquista.
Siglos después, en 1940, un historiador constató que la crónica daba la sensación de haber sido escrita por alguien que realmente no vio lo que describió.
En su redacción, había declaraciones dudosas y poco comprobables. La Relación del cronista fantasma mencionaba cosas como “minas de acero”, “torres con ventanas”, “tigres de rayas blancas” y “árboles de manzanos”, lo cual para el historiador Gómez Orozco resultó extraño.
Por otro lado, se descubrieron semejanzas con los relatos de Hernán Cortés:
“Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuos mercados y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la de la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de 60 mil ánimas comprando y vendiendo”, escribió Cortés.
“Hay en esta ciudad de Temistitán México muy grandes y hermosas plazas donde se venden todas las cosas que aquellos naturales usan, y especialmente la plaza mayor, que ellos llaman” Tlatelula, que puede ser como tres veces la plaza de Salamanca. Todo alrededor tiene portales, y en ella se reúnen todos los días 20 o 25 mil personas a comprar y vender” escribió el cronista anónimo.
Para muchas personas esto podría ser plagio, al menos para Gómez Orozco lo fue y catalogó al supuesto cronista como un impresor.
Para otros, estos párrafos pudieron fácilmente haber sido escritos por dos personas, dos diferentes pares ojos y dos diferentes capacidades de calcular las personas que estaban en una plaza.
Hasta la fecha, la existencia del cronista fantasma de la conquista sigue sin confirmarse. Sin importar su verdadera identidad o sus fuentes, se trata de un escritor que dio a conocer la apariencia de un pueblo azteca antes de la invasión española, cuya cultura y tradición sigue presente hasta el día de hoy. Es una ventana hacia nuestros antepasados y su forma de ver la vida, un relato que nos recuerda que la Ciudad de México era, es y siempre será Tenochtitlán.
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