De forma muy poética e incluso romántica, vemos como transformaciones sencillas pueden llegar a ser tan sustanciosas. No se trata de hacer una arquitectura que resalte y quiera ser el actor principal, sino más bien de tener un fuerte argumento para lograr ser un elemento secundario y dar paso a que la experiencia museográfica y propuesta cultural sean protagonistas. Tal es el caso de la antigua fábrica de plásticos que se encuentra en las periferias de CDMX y que es hoy el Fotomuseo Cuatro Caminos (FMCC).
Ubicado en la colonia Lomas de Sotelo, la cual ha tenido un crecimiento y renovación muy significativa a nivel urbano, el FMCC cuida que su renovación tenga el mayor beneficio para la mayor cantidad de gente. Como parte de una filosofía bien redondeada por parte de la Fundación Pedro Meyer vemos varias características del FMCC que lo hacen único. El visitante además de tener acceso a exposiciones de cultura visual, tiene también al alcance programas de apoyo por parte de dicha fundación para ampliar conocimientos sobre análisis, difusión y nuevos paradigmas sobre la fotografía.
A diferencia de otros espacios culturales, el Foto Museo Cuatro Caminos busca fomentar la sinergia entre espacios culturales y disminuir la competencia entre los mismos. No se trata de reemplazar otros espacios sino sumarse y ampliar el paisaje cultural de México. A través de programas, pláticas, diplomados y visitas guiadas este conjunto de galerías garantiza alcanzar sectores demográficos amplios y diversos que además de ayudar a educar promueven la participación y producción de material de calidad.
Tiene mucho sentido que el proyecto de remodelación fuera encomendado a Mauricio Rocha, uno de los arquitectos que más se distingue por propuestas con gran entendimiento humano, lenguaje característico y sencillez volumétrica. Si bien, a primera instancia el edificio pasa desapercibido ya que se mimetiza con su contexto el cual es bastante uniforme y genérico. Sin embargo, una vez dentro, el vestíbulo que remata con un elevador de concreto y cristal que a su vez permite ver al fondo un espacio central de triple altura, cambia casi de manera automática el estado de ánimo del visitante.
El conjunto consistía en 3 volúmenes separados que debían integrarse para unificar la lectura de todo el proyecto.
Para lograrlo se propone un espacio central que funciona como articulador de las tres galerías. La amplitud, el silencio y sensación de limpieza de este elemento pivote permite que se pueda circular libremente por todo el conjunto. Sumado a esto el uso de materiales sobrios y aparentes contribuyen a que se mantenga la esencia fabril que existía desde antes de la remodelación.
Otro factor importante del edificio es que se buscó aprovechar al máximo lo existente y hacer el menor número de modificaciones. Al mismo tiempo todos los espacios tienen la posibilidad de albergar múltiples programas e incluso eventos con formatos muy diversos con extrema facilidad. Quizá el aprovechamiento de la azotea para construir un pabellón de cristal con vistas en muchas direcciones (incluso al panteón colindante) es, además de un interesante aprovechamiento del espacio, una contribución por parte de la arquitectura para fomentar la cultura visual.
Si juzgamos el ejercicio arquitectónico más allá de la forma y vemos su verdadera función, el edificio sigue operando como una especie de fábrica donde el fin último es ofrecer al usuario un detonante de creatividad y un espacio donde pueda experimentar la fotografía de manera única. Es un espacio que no pretende ser algo que no es y que con gran maleabilidad responde directamente a necesidades culturales y urbanas actuales en México sin comprometer su crecimiento a futuro.
Puedes visitarlo de martes a domingo de 11:00 a 18:00
Para más información: fpmeyer.com/intro/fotomuseo
Por Jesús M. Llamosas
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