A lo largo de la historia, la Ciudad de México ha contado con un sin fin de modelos de coches para el servicio de transporte público en los cuales diariamente viajan millones de personas. Aunque es a partir de la segunda mitad del siglo XX que la evolución de estos automóviles cobra una rapidez notable, existe un precedente de este servicio que data del siglo XVIII.
En 1916, producto de la huelga de tranvías, algunos choferes improvisaron como transporte público viejos autos Ford, conocidos popularmente como fotingos.
Pero es hasta el año cincuenta cuando los llamados cocodrilos cobran realmente fuerza como automóvil al servicio público. Se llamaban así por sus característicos triángulos blancos y el tono verde del que estaba pintada la carrocería.
Debido a su impacto y uso común vino una rápida evolución y aparecieron las cotorras, más modernas y elegantes.
Es hasta los años 70 cuando llega un cambio radical en el modelo de los taxis, con la llegada de los vochos, ya que se aprovechó su impacto económico y el inicio de su fabricación en el país. Es así como cobran vida los recordados taxis color amarillo con techo blanco.
Para los años 90 el simbólico vocho color amarillo cambia a verde, ese verde pistache característico.
Para el 2008 el sueño de los taxis vocho se termina, cuando el gobierno del entonces llamado Distrito Federal reglamentó que los taxis deberían ser de 4 puertas y de color dorado con vino, apodados “ironman”.
Pero el verdadero origen de los taxis, o coches de alquiler, no fue hasta el siglo XX, tuvo lugar a fines del siglo XVIII, cuando el coronel don Antonio Valdés Murguía y Saldaña, editor de la Gaceta de México, primer periódico impreso en la Nueva España, solicitó y obtuvo permiso del gobierno virreinal para establecer un sitio de coches en la capital. Este permiso lo otorgó el conde de Revillagigedo el día 20 de julio de 1793, como privilegio exclusivo.
El servicio comenzó el 15 de agosto cuando se estrenaron ocho coches que fueron situados en tres diferentes puntos de la ciudad; la Plaza de Santo Domingo, la Calle de la Moneda, y frente a la administración de la propia empresa, en la calle de Zuleta (hoy en día Venustiano Carranza).
Este servicio se llamó “Coches de Providencia”, y en su interior los coches contenían un reloj para saber la hora en que se tomaba o dejaba el carruaje, el cual iba arrastrado por un tronco de mulas, en una de las cuales iba montado el cochero. Cada cochero llevaba una cajita de metal en la que el usuario del servicio depositaba el dinero. La hora valía cuatro reales.
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