A tan sólo seis meses de haberse inventado, el daguerrotipo, el antecesor de la fotografía, llegó al continente americano en 1839. Desembarcó en el puerto de Veracruz, en donde en donde se realizó la primera “imagen dibujada con luz” del país en el convento de San Francisco. Desde entonces, la fotografía mexicana se expandió sobre sus paisajes, inmortalizando inclusive a las familias que buscaban desesperadamente un retrato itinerante.
Fue así que el daguerrotipo llegó a la ciudad de México, con la esperanza del siglo a sobrevivir como imágenes, en una felicidad eterna. Entre los primeros personajes invitados a posar ante semejante modernidad fue el presidente de aquel entonces, Porfirio Díaz, la fachada del Palacio de Minería, la estatua encuentra de Carlos IV en el patio de la Real y Pontífice Universidad de México, la fachada de la Catedral Metropolitana y la Plaza de Armas.
Sin embargo, el esplendor del daguerrotipo no duró por mucho tiempo, pues comenzaron a llegar otros métodos con precios más accesibles al pueblo; como por ejemplo el ambrotipo, el fermotipo y el colodión húmedo. Fue este último que tuvo un mayor auge comercial entre 1840 y 1847, pues creó la posibilidad de reproducir en serie la misma imagen.
Se abrieron numerosos estudios fotográficos en la ciudad de México, principalmente en la zona centro. Mientras que personajes extranjeros, como John Lloyd Stephens, Frederich Catherwood, Desirée Charnay y Theodore Tiffereau, llegaron a México para hacer tomas de paisajes de ruinas precolombinas, vistas de la ciudad y hechos bélicos.
Pero no fue si no hasta 1901, cuando los hermanos Valleto, reconocidos fotógrafos mexicanos, montaron el primer estudio fotográfico de la capital porfiriana, y lo ubicaron en la 2º calle de san Francisco #2, hoy Francisco I. Madero. La noticia salió publicada en la revista especializada en fotografía El fotógrafo mexicano.
Durante el porfiriato, la fotografía logró destacarse sobre los otros tipos de arte, ya que la multirreproducción fungió no sólo como recurso publicitario de varios usos sociales, también como método de seguimiento para la construcción de puertos, del Ferrocarril Nacional y de ciertas zonas geográficas distantes de la capital. Eventualmente, fotógrafos extranjeros, como Abel Briquet, Charles B. Walter, W. Scott y William Henry Jackson, comenzaron reproducir una visión del folklore mexicano que estaba prohibida: la de los indígenas.
Con los cambios del movimiento armado de 1910, nuevos temas y diferentes estilos se impusieron en el fotoperiodismo. Las imágenes eran de “atractivos revolucionarios, envalentonadas ‘adelitas’ y decididos ‘juanes’”, las cuales marcaron el encanto fotográfico de la década de los 20. Podría decirse que se trataba de la puesta en escena de una evolución que la ciudad de México, y el país, sufría en el aspecto social, político, económico y cultural. Como resultado de esta nueva vertiente evolutivo del país, nació una nueva generación de fotoartistas como Manuel Álvarez Bravo y Lola Álvarez Bravo.
Para la década de los 30 y 40, en la ciudad de México surge el fotoperiodismo en revistas ilustradas. Si bien se procuraba dar noticias audaces, el espectador se dejaba realmente hipnotizar por los ángulos de toma y los elementos estéticos novedosos. Y entre los trabajos más reconocidos de la época eran los de los miembros de la familia Casasola, Enrique Díaz Reyna, Enrique Delgado, Luis Zendejas y Manuel García.
No fue sino hasta el movimiento estudiantil de 1968 que la fotografía se convirtió en una herramienta para la denuncia social. Inclusive fue gracias a la marcada intención social que los fotorreportajes reforzaban la demanda de un equilibrio frente a las injusticias sociales, económicas y políticas. Gracias a ello, los fotógrafos crearon una década después un matiz nacionalista: el Consejo Mexicano de Fotografía, como promotor de diversos encuentros internacionales.
A partir de entonces, la fotografía de la ciudad poseyó un enfoque estético, enfatizando en la creación de imágenes, el montaje de escenarios y la calidad técnica; tal como fue el trabajo de Mariana Yampolsky, Graciela Iturbide, Pedro Meyer y Gerardo Suter. Actualmente la fotografía ha ampliado sus maneras de realizarse, desde eje organizador de eventos, cursos y conferencias, ediciones en publicaciones hasta medio de denuncia en distintos medios de comunicación.
Si bien la teoría y técnica de la fotografía se ha ampliado, actualmente en la ciudad de México existen numerosos escenarios y centros en los que este arte es el protagonista de nuestras vistas. Es verdad que sobresalen ciertas propuestas de denuncia social, sin embargo la necesidad del artista refleja la trascendencia de lo estético y lo expresivo a través de las sensaciones atemporales.
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