Uno de los hechos más inusuales que se suscitan en la Ciudad de México sucede en la Plancha del Zócalo, paradójicamente (o surrealmente) a unos cuantos metros de la famosa Catedral Metropolitana. Al ritmo de los ayoyotes o cascabeles –y mostrando vistosas plumas folclóricas que apuntan al cielo– los concheros, o danzantes ritualistas reviven memorias prehispánicas que fueron y son parte de nuestra cultura endémica.
Los danzantes “concheros”, como hoy se le conoce, adquieran su nombre debido a que a la llegada de la conquista, frailes franciscanos introdujeron instrumentos musicales a sus prístinas danzas, en este caso fue una especie de guitarra parecida a una mandolina que llevó el nombre de “concha”, con el objetivo de deformar esta tradición y volverla un sincretismo más del Cristianismo.
Sin embargo, fue mediante estas danzas que los aztecas acordaron mantener los antiguos conocimientos ocultos, de manera que los foráneos conquistadores no pudieran arrebatarles esas innumerables bifurcaciones de la “oración”, como lo eran los sacrificios, el canto o la danza, actividades cotidianas meramente ritualistas. A partir de esa simbiosis cristiana, los cocheros comenzaron a tomar nombres según el instrumentos que tocaban o el tipo de danza que se lograba; por ejemplo, en la Ciudad de México se desarrollaron los concheros teponaztli, que tocaban una especie de tambor prehispánico con este nombre, o los Tlacuilos que hoy en día practican la danza guerrera cuyo propósito es revisar la historia de las raíces ancestrales desde el punto de vista antropológico y arqueológico. De hecho, su estilo trata de apegarse lo más posible a la danza ejecutada antes de la colonización.
En este tipo de danza básicamente se honra a un Dios y se pretende engendrar una conexión con el cosmos. Antes de comenzar la ceremonia, se bendicen los cuatro puntos cardinales y si alguien comete un error durante la ejecución, debe pedir disculpas al final de la confluencia. Los vestuarios varías según la región, aunque en la antigüedad variaban según su rango social (no confundir con clase social, ya que en aquél entonces los rangos se distinguían por las capacidades físicas y metafísicas de las personas).
Los que encuentras en la Ciudad de México lucen cascabeles en tobillos, altos penachos con plumas hermosas y apenas algunos pedazos de tela con figuras y colores brillantes muy vivos. Las mujeres suelen usar vestidos con ligeras aberturas a los costados (huipil) y los hombres maxtle, pectoral, rodilleras, brazaletes y en algunas ocasiones se pintan el resto y el cuerpo como el Dios-animal que están honrando. Tanto niños como hombres, mujeres y ancianos pueden participar, siempre y cuando se aprecie con el debido respeto y entendimiento de esta danza –Se sabe, que quienes pertenecen a los grupos de este baile prehispánico se les enseña a anular la maldad, el respeto a la mujer, a la fauna y al ser humano.
Finalmente, uno de los pensamientos más hermosos que poseen los danzantes concheros, es el propiciado por el tlatoani Nezahualcoyotl, quien decía que la lucha no se trata de estar en contra del gobierno ni en contra de la religión, sino en contra de la ignorancia.
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