Siguiendo los textos del escritor mexicano Jorge García Robles –probablemente el más apto para escribir sobre los beatniks en México, pues pasó buena parte de su adolescencia siguiéndoles los pasos–, los escritores norteamericanos de aquel proverbial hueste de adictos literatos tenían cierta repulsión por México.
Y ciertamente gozaban del mérito, pues mientras William Burroughs era un “acomodado” niño de la familia Burroughs (su abuelo inventó la calculadora) que no probó las drogas fuertes sino hasta en la etapa madura de su vida, Allen Ginsberg brillaba como una de las primeras mentes que lograrán, a través de sus textos, la liberación de muchos dogmas sociales que resonarían posteriormente en la contracultura hippie americana. Por su parte, Jack Kerouac indagaba en la filosofía budista. Pero México estaba muy alejado de cada uno de esos panoramas. Alejado pero no rebajado, sino más bien incomprendido, puesto que en aquellas épocas –entre los años 30 y 50’s– México y en especial la capital se encontraban en un reajuste que perduró probablemente hasta los años 70’s, después de la matanza del 68, y con el llamado “milagro mexicano”.
La historia de México ciertamente ha sido difícil pero nunca inferior, de hecho es esta dificultad la que es de elogiarse, pues, como advertía Kerouac, inspirado por las doctrinas orientales: “todo es sufrimiento”. El México de aquél entonces gozaba de muchos sabores de los que solo y tal vez el prolífico Antonin Artaud y algunos otros surrealistas fueron capaces de atestiguar. Los beats nos han hecho saber ya a través de fragmentos de sus novelas y poemas que México y en especial su capital eran un enervante híbrido que se debatía entre lo prehispánico y lo conquistador como fruto de sus incontables “revoluciones” ocurridas ya históricamente, pero que se seguían sintiendo al pasar de sus calles donde Kerouac, nos escribe, la gente era muy amable y noble, a pesar de todo.
Para Kerouac México fue un fontanal de metáforas ideales para escribir sobre alcohol (las cantinas, los bares de Garibaldi y cualquier calle de la Ciudad de México), prostitutas, iluminación, drogas, comidas corridas, departamentos baratos de la zona “pobre” de la colonia Roma y mucho folclor (o furor) indígena. Existen dos testimonios de estas visiones: uno el poemario de Mexico City Blues (1959) y el otro, que interesa para este texto, Tristessa (1956), la única novela beat que se hizo sobre México.
Tristessa es como llamaba Jack a la única mujer mexicana de la que realmente estuvo enamorado; una prostituta “trenzuda” y adicta a la morfina que vivía en un cuartucho de la azotea de un apartamento en la colonia Roma con su hermana enferma, un gato, una gallina y un gallo. De pómulos acentuados, notable silueta que al pasar de las avenidas los hombres no podían parar de mirar (Kerouac la imaginaba usando un atuendo Dior en alguna calle de Nueva York) y con una fascinante religiosidad hacía la virgen y la Santa Muerte.
Tristessa era la más perfecta imagen de la melancolía, la decadencia ahogada en sus propios deseos por pincharse una vez más pero sobre todo, por poseer tan cercanamente a la muerte. Y esa perdida imagen de Tristessa fue quien logró exudar de Kerouac una de sus más iluminadas obras: Los vagabundos del Dharma.
A través de Tristessa podemos encontrar un Kerouac descubriendo inconscientemente la escritura “autómata pura”, manejándose por la pasión de la exudación escrita tomada técnicamente de la improvisación que suele ocurrir en el jazz.
El inframundo que era México para el poeta beat, devela un poco de lo que es la claridad a través las últimas de las consecuencias; un ritual sin duda mágico, del que pocos estaríamos dispuestos a experimentar, pero que no deja de recordarnos por qué la Ciudad de México es una urbe necesariamente caótica; por qué cada uno de sus defectos conforman un ensamble de armonía y de inevitable beatitud y color, también, a pesar de todo.
Twitter de la autora: @surrealindeath
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