Lecciones de caminata urbana (del Sr. David Bowie)

David Bowie caminaba, y caminaba mucho. Se dice que al menos dedicaba diariamente una hora a moverse así a los lugares que conformaban su mapa cotidiano. De entre las múltiples opciones hoy disponibles para trasladarnos a través de una ciudad, este era el vehículo de su predilección. Auto declarado “neoyorquino”, con su departamento ubicado en 285 Lafayette Street como base, Bowie exprimía a pie las delicias cartográficas de Manhattan.

Caminar es la forma más discreta y autónoma de movernos. Tal vez por eso, caminando, Bowie lograba fundirse con el resto de los habitantes y podía, por ejemplo, ir a su lugar predilecto, el Washington Square Park, cargando su almuerzo en una bolsa de papel y, desde ahí, dedicarse a observar la ciudad como lo que a fin de cuentas era, uno más –aunque uno bastante especial–.  

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Conforme las ciudades “evolucionan” emergen nuevos y cada vez más complejos retos para sus habitantes, y  muchos coincidimos en que uno de las mayores amenazas que enfrentamos es la deshumanización del entorno. Este fenómeno tiene que ver no solo con la automatización de rutinas cotidianos –algo así como la enajenación colectiva de lo habitual–, también con la dilución de la vida comunitaria en favor del individualismo y con una especie de egoísmo geográfico que “fantasmagoriza” al otro, que lo borra en favor de la comodidad de mi propia burbuja. 

Bowie estaba consciente que caminar es una de las formas más lúcidas de ejercer el espacio público y que esto, además de humanizar el entorno urbano, determina en buena medida la identidad de una ciudad: 

La firma de una ciudad se moldea y revela conforme más y más personas se vuelcan a las calles […] ocurre una transferencia mágica de poder de lo arquitectónico hacia lo humano.

Al caminar “sedimentamos la presencia del paisaje en nuestro cuerpo”, diría Robert Gross. A pie la ciudad es otra, harto distinta, ya que literalmente nos exponemos a su más amplio menú de estímulos y personalidades. Caminar inevitablemente nos hermana, y compromete, no solo con el espacio, también con aquellos con quienes lo compartimos. Pero además esto ocurre de forma sutil, no invasiva: y es que no se trata de amistar con miles de conciudadanos, sino de recordarnos permanentemente que nuestro bienestar, nuestra existencia urbana, está entrañablemente ligada a la suya –noción que cambia radicalmente la perspectiva desde la cual se desenvuelve nuestro Yo urbano–.

David Bowie caminaba, y caminaba mucho. Tras volver a ser humano, luego de asumirse durante años como una entidad extraterrestre, decidió asentarse en una ciudad. Una vez tomada esta decisión, entonces se volcó a caminarla. Así pasó sus últimos años, ya fuese por prescripción médica (lo cual nos recuerda lo saludable que es este vehículo intrínseco), estética o por simple practicidad, pero en todo caso Bowie nos dejó así uno más de sus indelebles recordatorios: la ciudad se camina.   

 

Twitter del autor: @ParadoxeParadis

 


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