La medicina prehispánica en el México antiguo: medicamentos y cirugías

La medicina prehispánica estaba basada mayormente en la herbolaria y el conocimiento del cosmos.

 

Desde el conocimiento profundo de la herbolaria, hasta el uso de pelo o mandíbulas de hormiga para coser heridas; la medicina de los antiguos pueblos prehispánicos merece todo nuestro reconocimiento por sus grandes avances.

foto portada Para los antiguos prehispánicos la salud era el mantenimiento en equilibrio entre el funcionamiento de las diferentes partes del cuerpo y las fuerzas que pudieran llegar a él procedentes de cualquier parte del universo. La enfermedad era el producto de una inmensa variedad de condiciones que modificaban las propiedades del cuerpo humano, ya en su estructura, función, o correspondencia con los otros seres, rompiendo su más o menos precario equilibrio.

Los tratamientos médicos siempre estuvieron enfocados en tratar de manera integral las causas y los síntomas de las enfermedades, de manera que no se le puede concebir sin que se busque neutralizar la acción punitiva de los dioses, las acciones de los seres malignos y de hechiceros, y corregir los desequilibrios que estos provocan.

Por ejemplo, para eliminar una epidemia se tenían que pronunciar las oraciones dirigidas a Tezcatlipoca en actos públicos y con todas las características de un ritual que mostrara a la vez la gran humildad que se tenía ante el dios y el poder y riqueza del pueblo que rogaba.

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Otras veces se tenía que representar un mito para lograr la efectividad del tratamiento, como sucede en la curación de la picadura de alacrán, en la cual el terapeuta reproducía actuando paso a paso la historia de cómo Yappan, el alacrán, picó a un pequeño y el cuidado que le dio su madre, cubriéndolo y ocultándolo con su enagua evitó que muriera, mientras que se aplica tabaco en el sitio para evitar que el veneno se absorbiera.

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Solamente después de identificar al ser que causaba la enfermedad y a la pronunciación de oraciones y conjuros cuando el caso lo ameritára, venía la administración de los medicamentos.

Como bien sabemos, la medicina en ese momento estaba basada mayormente en la herbolaria. El conocimiento era preciso, diferenciándose perfectamente las plantas útiles de las tóxicas y también las cantidades necesarias para obtener uno u otro efecto.

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Un ejemplo muy claro es el del toloache, cuya infusión en muy bajas dosis era prescrito para tratar los cólicos del lactante menor y en altas permitía atontar, volver loco o matar al individuo.

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Las sustancias medicamentosas no se limitaban a las provenientes de productos vegetales, sino que había un conocimiento amplio de lo que se podía lograr empleando sustancias de origen animal y mineral. Por ejemplo, se podía mezclar la cola del tlacuache con la planta cihuapahtli, identificada como montanoa tormentosa, que en dosis mínimas sirve de anticonceptivo y en mayores de abortivos, o administrados en ciertas cantidades en el trabajo de parto lo acelera.

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Otras veces es más difícil precisar qué efecto se buscaba. En el Códice de la Cruz Badiano se recomienda administrar una infusión de tlatlacótic, planta que pertenece al género de las aristolochias, en caso de luxación de la mandíbula, lo que cual parece ser increíble, pero si se toma en cuenta que lo que produce es un vómito intenso, con fuertes arqueos, resulta que esta acción sí provoca el regreso del cóndilo a la fosa temporal.

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También se habla del uso de la zarzaparrilla en el tratamiento de la sífilis, que sin tener acciones antibióticas logra la curación provocando cambios bruscos de temperatura en el cuerpo del enfermo, lo cual genera que no se den condiciones de reproducción de los gérmenes y hasta los elimina. Todo esto tomando en cuenta que en ese momento no se conocía la existencia de bacterias ni ningún otro bicho microscópico.

El tratamiento de las heridas es muy ilustrativo, ya que existía una clasificación de ellas, diferenciándose se acuerdo a su profundidad, a las estructuras lesionadas y sus características. En las heridas profundas se recomendaba la sutura.

Heridas de la cara y los labios eran suturadas con cabellos, utilizando como agujas espinas de maguey sumamente delgadas y colocando puntos que meramente unieran los bordes de la herida a muy poca distancia unos de otros.

También para suturar después de una intervención quirúrgica se utilizaban las mandíbulas de hormigas trabajadoras. Se colocaban varias hormigas sobre la lesión, de modo que, al morder, sus quelíceros perforaban la piel a ambos lados, y en ese momento se decapitaban, obteniendo de este modo la sutura.

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En cuanto a cirugías también existían algunas prácticas de notable dificultad y complejidad. Un ejemplo interesante lo refiere fray Bernardino de Sahagún relatando que cuando alguien se cortaba la nariz, el herido debía procurar rescatar el cacho de nariz cortada para que se le reimplantara y si esta se ponía negra debía extirparse y hacerse otra artificialmente. Lo mismo sucedía con el pabellón de la oreja, que era frecuente ya que se les cortaba a los prisioneros de guerra a fin de que pudieran ser reconocidos en el campo de batalla.

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También existían cirugías oculares, como la extirpación de pterigiones y el raspado de la conjuntiva leucomatosa.

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Otro tratamiento descrito en los códices es el de heridas penetrantes en tórax por lanza o flecha, lo que permite pensar que conocían la manera de evitar el colapso pulmonar al retirar el proyectil.

También tenían un conocimiento fino en el tratamiento de las fracturas. Una vez lograda la alineación del hueso de forma manual, se procedía a la aplicación de emplastos consistentes y pegajosos con raíz de acote y tuna, los cuales al secarse se endurecían, luego usaban plumas y un lienzo para cubrir y acojinar la parte afectada y aplicaban cuatro tablillas que sujetaban a la piel con cuatro cintillas que se dejaban durante 20 días hasta que la fractura se consolidaba.

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Estos sólo representan algunos ejemplos para intentar ilustrar cómo los antiguos pueblos prehispánicos tenían conocimientos de medicina muy avanzados y sofisticados, que aprendieron a convivir paralelamente con los tratamientos occidentales después de la llegada de los españoles. Muchos de estos tratamientos se siguen utilizando hoy en día y es difícil negar la importancia que representa, por ejemplo, la medicina herbolaria en nuestro país.


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