¿Sabes por qué dejaron de pintarse grandes murales públicos en México?

Muchos de nosotros estamos familiarizados con el muralismo mexicano, una práctica artística que tuvo su mejor momento en la primera mitad del siglo XX, adscrita a un movimiento plástico que laxamente podríamos llamar “nacionalista”, pues muchos de los motivos plasmados fueron tomados de la “conciencia nacional”, ese imaginario más o menos definido de símbolos en los que se reconocía la identidad inalienable del mexicano.

El destino de esta práctica es ambiguo y, a su manera, paradójico. Inicialmente, en manos de los grandes muralistas mexicanos –marcadamente Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siquieros–, tuvo un desarrollo notable, vanguardista incluso, definido quizá por el conflicto de la época a propósito de la relación entre arte y política pero, a fin de cuentas, incuestionablemente estético.

Con el tiempo, sin embargo, cuando el régimen de la época advirtió que los murales podrían utilizarse como instrumento de propaganda y de legitimación de una ideología específica, la práctica comenzó a abandonar el ámbito del arte para enraizarse en otras esferas en las que las inquietudes estéticas eran más bien secundarias. El muralismo entonces adquirió otro cariz, continuó siendo nacionalista pero bajo otros fines, no como un vehículo de educación y trascendencia social (como, por ejemplo, lo defendía Siqueiros), sino más bien como otro más de los recursos de los que se vale una visión dominante del mundo para afianzarse y sofocar las alternativas posibles a su discurso.

En este contexto, en 1951, un joven ególatra quizá, pero inteligente y arriesgado, publicó en el legendario suplemento cultural del periódico Novedades, “México en la Cultura”, dirigido por Fernando Benítez, un encendido manifiesto en contra de ese conformismo que, en esencia, daba sustento al muralismo mexicano oficialista, burocrático, que alentaba el statu quo antes que permitir el cumplimiento de la voluntad iconoclasta y audaz del arte auténtico. El nombre de ese joven, que por entonces tenía 22 años, era José Luis Cuevas. Y el título de su escrito fue el irónico La cortina de nopal.

 

David Alfaro Siqueiros y José Luis Cuevas
David Alfaro Siqueiros y José Luis Cuevas

El manifiesto es una denuncia ingeniosa y satírica sobre el camino de una sola dirección que un pintor en México tenía que seguir si quería ejercer su oficio, las oficinas gubernamentales por las que tenía que pasar, los grupos artísticos a los que tenía que adscribirse y más. En una palabra, la exclusión de facto que el nacionalismo del régimen provocaba en el mundo del arte. Cuevas tenía entonces claro que las limitaciones eran de tipo político, que los “argumentos” del régimen nada tenían que ver con la estética y que, por eso mismo, la rebelión que pretendió encabezar al publicar La cortina de nopal no era contra México, sino contra la comodidad perezosa de quienes querían que todo se mantuviera siempre igual. Al respecto, este es uno de los fragmentos más notables del texto:

Yo no he querido ser corno Juan porque, desde muy joven, preferí luchar contra los juanes, como francotirador, en total desacato a la vulgaridad, al adocenamiento. a la superficialidad mediocre, al constante lugar común, pasado de boca en boca, de apertura de exposición a mesa de café, sin interrupción y con escasas variantes. Contra ese México ramplón, limitado, provincianamente nacionalista, reducido a su alcance, temeroso de lo extranjero por inseguro de sí mismo, contra ese México me pronuncio.

Y un poco más adelante:

No se crea, por otra parte, que para mi no existe otro México más que aquél que ataco. Hay otro México para mí, al que respeto y admiro como incondicional. Es el México de Orozco, de Alfonso Reyes, de Silvestre Revueltas, de Antonio Caso, de Carlos Chávez, de Tamayo, de Octavio Paz, de Carlos Pellicer, de Carlos Fuentes, de Nacho López. Es un México serio, estudioso, proyectado hacia afuera con prestigio pero generalmente atacado y vilipendiado dentro de su propio país. Me siento orgulloso de que en México se haya originado una empresa editorial como es la del Fondo de Cultura Económica. Siento un indisimulable regocijo cuando en el extranjero me elogian Los Olvidados y Raíces, películas que en mi país fueron fracasos de taquilla. Todo este México es el que me alienta a protestar porque es el México universal y eterno que se abre al mundo sin perder sus esencias.

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El joven pintor, en suma, tomó una postura severa, hosca quizá, pero, por otro lado, totalmente justificable. Si el arte no nos apela, si no nos lleva a formular preguntas sobre nuestra propia realidad, si no está vivificado por significantes que nos conmueven, entonces es momento de replantear su razón de ser. Tal como hizo José Luis Cuevas.

En este enlace puedes leer íntegro el manifiesto de José Luis Cuevas, La cortina de nopal.


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