Esta es la razón definitiva por la que todos deberíamos llegar al trabajo en bicicleta

En años recientes, la ciudad de México ha vivido un aumento notable en el uso de la bicicleta como medio de transporte de algunos de sus habitantes. El sistema EcoBici, impulsado por el gobierno local desde 2010, ha sido un factor determinante en esta reivindicación, pues si bien la bicicleta ha estado presente en las calles de la ciudad desde hace muchas décadas, en esos casos se trataba de un uso más bien “instrumental”, por llamarlo de alguna manera, asociado con alguna actividad comercial como la repartición de mercancías (pan, carne, frutas, etc.) o la prestación de un servicio (el cartero, el afilador, etc.), esto es, la bicicleta considerada como una herramienta de trabajo; solo recientemente su función como medio de transporte personal se ha extendido a sectores de la población que antes la usaban de esa manera.

Como sabemos, las ventajas de usar la bicicleta cotidianamente de esa forma son numerosas, tanto individual como colectivamente. Pedalear es un ejercicio cardiovascular que beneficia la salud de quien lo realiza. Con cierta frecuencia, una bicicleta en uso significa un automóvil menos en las calles de la ciudad, lo cual a su vez impacta en un posible embotellamiento, y en la contaminación que se deja de producir al dejar el auto en casa. Se liberan endorfinas, cierto número de calorías se consumen, se ahorra dinero, incluso se ayuda a la conservación del medioambiente y, con todo, existe una razón aún más definitiva que puede llevarnos a elegir la bicicleta como nuestra forma de desplazamiento predilecta por la ciudad.

¿De qué se trata? En dos palabras: empoderamiento y apropiación. Por tratarse de un transporte cuyo movimiento depende de nosotros mismos –de la fuerza de nuestro cuerpo, de nuestra condición física, de nuestra habilidad–, la bicicleta genera una sensación de poder pero en un sentido subjetivo, personal, similar a la que sentimos cuando logramos algo que se nos dificultaba. Cuando en ciertos ámbitos de las ciencias sociales se dice que un individuo o cierto grupo se “empodera”, se alude al proceso por el cual su subjetividad o su identidad enfrentan, a pesar de todo, un discurso hegemónico; así, por ejemplo, las mujeres en un sistema patriarcal, o las minorías homosexuales en un mundo mayoritariamente heterosexual. En este sentido, en una ciudad dominada por los automóviles, el uso de la bicicleta se presenta como una alternativa, una práctica a contracorriente que, por esto mismo, sitúa a la persona de cara a su propia condición, sus limitaciones, pues dicho empoderamiento es dialéctico: para reivindicar una identidad antes es necesario pasar por el proceso de reconocerla y aún construirla.

Por otro lado, a la par de ese empoderamiento ocurre necesariamente una apropiación de la ciudad. Quien se traslada en bicicleta vive la ciudad de manera directa, en cierto sentido podría decirse que palpa su pulso, pone su percepción de lleno en lo que acontece cotidianamente. La gente, las calles, los baches, las deficiencias, las mejoras, las cosas nuevas y las antiguas, los edificios, los sitios en construcción, los árboles que florean, los sonidos azarosos que se escuchan al paso y un vasto y acaudalado etcétera. La ciudad se siente propia. Ese ese el significado verdadero de habitar un lugar.

Como Harún al-Rashid en Bagdad, salir a nuestra ciudad y caminarla, recorrerla, vivirla pero en esos puntos de contacto en donde se manifiesta su espíritu más auténtico, su naturaleza más irrenunciable, nos da un conocimiento que quizá no podríamos obtener de ninguna otra manera.

¿No es esta una razón poderosa para integrar la bicicleta a nuestra rutina cotidiana y nuestra experiencia de ciudad?


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