4 puntos de CDMX emblemáticos en la biografía poética de Octavio Paz

El 31 de marzo fue una fecha importante en el calendario de la poesía mexicana, pues se celebró el nacimiento de quien sin duda fue uno de los poetas decisivos de nuestra tradición: Octavio Paz.

Usualmente se dice que el mejor homenaje a un autor es leerlo, y qué mejor ocasión que el día de su cumpleaños. En el caso de los escritores y otros artistas, sucede que creamos un vínculo de cercanía, a veces incluso de complicidad y compañerismo, aun si nunca los conocimos. En un texto famoso sobre bibliotecas, Carl Sagan describió así este fenómeno entrañable:

La escritura es quizás el mayor de los inventos humanos, un invento que une personas, ciudadanos de épocas distantes, que nunca se conocieron entre sí. Los libros rompen las ataduras del tiempo, y demuestran que el hombre puede hacer cosas mágicas.

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En MXCity quisimos celebrar a Paz desde un acercamiento particular: a partir de 4 lugares de la Ciudad de México que son especialmente importantes en su biografía poética. Quizá una buena manera de acompañarlo en su su cumpleaños sería acudir a uno de estos sitios y leer algo suyo –y así mantenerlo vivo, como un fuego que no se apaga.

 

Mixcoac

“Mixcoac estaba vivo, con una vida que ya no existe en las grandes ciudades”, de esa manera describe Paz el barrio donde creció y pasó una buena parte de su juventud. En Pasado en claro, su gran poema de rememoración, dibujó así esa primera época de su vida:

Casa grande,
encallada en un tiempo
azolvado. La plaza, los árboles enormes
donde anidaba el sol, la iglesia enana
-su torre les llegaba a las rodillas
pero su doble lengua de metal
a los difuntos despertaba.
Bajo la arcada, en garbas militares,
las cañas, lanzas verdes,
carabinas de azúcar;
en el portal, el tendejón magenta:
frescor de agua en penumbra,
ancestrales petates, luz trenzada,
y sobre el zinc del mostrador,
diminutos planetas desprendidos
del árbol meridiano,
los tejocotes y las mandarinas,
amarillos montones de dulzura.
Giran los años en la plaza,
rueda de Santa Catalina,
y no se mueven.

 

San Ildefonso

Una de las etapas poco tocadas de Paz es su militancia juvenil en movimientos de izquierda, particularmente estudiantiles. De ello quedó constancia en su Nocturno de San Ildefonso, que toma como motivo la antigua sede de la Escuela Nacional Preparatoria:

Calles vacías, luces tuertas.
                                                En una esquina,
el espectro de un perro.
                                        Busca, en la basura,
un hueso fantasma.
                                  Gallera alborotada:
patio de vecindad y su mitote.
                                                  México, hacia 1931.
Gorriones callejeros,
                                  una bandada de niños
con los periódicos que no vendieron
                                                            hace un nido.
Los faroles inventan,
                                   en la soledumbre,
charcos irreales de luz amarillenta.
                                                          Apariciones,
el tiempo se abre:
                               un taconeo lúgubre, lascivo:
bajo un cielo de hollín
                                     la llamarada de una falda.
C’est la mort –ou la morte…
                                               El viento indiferente
arranca en las paredes anuncios lacerados.

A esta hora
                    los muros rojos de San Ildefonso
son negros y respiran:
                                      sol hecho tiempo,
tiempo hecho piedra,
                                    piedra hecha cuerpo.
Estas calles fueron canales.
                                               Al sol,
las casas eran plata:
                                   ciudad de cal y canto,
luna caída en el lago.

 

Tlatelolco

1968 es un año capital para la condición pública de Octavio Paz. Luego de pasar varios años en el Servicio Exterior Mexicano, laborando en embajadas y consulados tan distintos como el de San Francisco, Japón y Francia, fue nombrado embajador en India, sin embargo, a raíz de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, presentó su renuncia, como protesta a la acción tomada por el régimen de Gustavo Díaz Ordaz.

MÉXICO: OLIMPIADA DE 1968

La limpidez
(quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
no es límpida:
es una rabia
(amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
si
una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.

(Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios)

Mira ahora,
manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
la limpidez.

 

Coyoacán

Los últimos años de su vida Paz lo pasó en la Casa de Alvarado, en Coyoacán, luego de que un incendio consumiera su departamento ubicado en el número 109 de la calle Río Guadalquivir, en la colonia Cuauhtémoc. Este accidente, ocurrido en la Navidad de 1996, sumió a Paz en una depresión de la cual ya no pudo recuperarse, en buena medida porque con el fuego se fueron varios libros y documentos que le eran muy queridos. Ante tal circunstancia, la Presidencia de la República, encabezada por Ernesto Zedillo, habilitó dicho inmueble coyoacanense como su residencia y sede de la fundación homónima. Actualmente este edificio alberga la Fonoteca Nacional.

ÁRBOL ADENTRO

Creció en mi frente un árbol, 
Creció hacia dentro. 
Sus raíces son venas, 
nervios sus ramas, 
sus confusos follajes pensamientos. 
Tus miradas lo encienden 
y tus frutos de sombras 
son naranjas de sangre, 
son granadas de lumbre. 
                                    Amanece 
en la noche del cuerpo. 
Allá adentro, en mi frente, 
el árbol habla. 
                                    Acércate, ¿lo oyes?

 

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BONUS: Parque Hundido

Y el desconocido apareció, a la misma hora que las dos veces anteriores, y se puso a pasear. Y entonces yo ya no quise dilatar más el asunto y lo abordé y le pregunté quién era y él dijo soy Ulises Lima, poeta real visceralista, el penúltimo poeta real visceralista que queda en México, tal cual, y la verdad, qué quieren que les diga, su nombre no me sonaba de nada, aunque la noche anterior, por orden de don Octavio, había estado consultando índices de más de diez antologías de poesía reciente y no tan reciente, entre ellas la famosa antología de Zarco en donde están censados más de quinientos poetas jóvenes. Pero su nombre no me sonaba para nada. Y entonces le dije: ¿sabe usted quién es el señor que está sentado allí? Y él dijo: sí, lo sé. Y yo le dije (debía asegurarme): ¿quién? Y él dijo: es Octavio Paz. Y yo le dije: ¿quiere venir a sentarse con él un ratito? Y él se encogió de hombros o hizo un gesto parecido que interpreté como afirmación y ambos nos encaminamos al banco desde donde don Octavio seguía interesadísimo todos nuestros movimientos. Al llegar junto a él me pareció que no estaría de más hacer una presentación formal, así que dije: don Octavio Paz, el poeta real visceralista Ulises Lima. Y entonces don Octavio, al tiempo que invitaba al tal Lima a tomar asiento, dijo: real visceralista, real visceralista (como si el nombre le sonara de algo), ¿no fue ése el grupo poético de Cesárea Tinajero? Y el tal Lima se sentó junto a don Octavio y suspiró o hizo un ruido raro con los pulmones y dijo sí, así se llamaba el grupo de Cesárea Tinajero. Durante un minuto o algo así estuvieron callados, mirándose. Un minuto bastante insoportable, si he de ser sincera. A lo lejos, bajo unos arbustos, vi aparecer a dos vagabundos. Creo que me puse un poco nerviosa y eso me hizo tener la mala ocurrencia de preguntarle a don Octavio qué grupo era ése y si él los había conocido. Lo mismo hubiera podido hacer un comentario sobre el tiempo. Y entonces don Octavio me miró con esos ojos tan bonitos que tiene y me dijo Clarita, para cuando los real visceralistas yo apenas tenía diez años, esto ocurrió allá por 1924, ¿no?, dijo dirigiéndose al tal Lima. Y éste dijo sí, más o menos, por los años veinte, pero lo dijo con tanta tristeza en la voz, con tanta… emoción, o sentimiento, que yo pensé que nunca más iba a escuchar una voz más triste. Creo que hasta me mareé. Los ojos de don Octavio y la voz del desconocido y la mañana y el Parque Hundido, un lugar tan vulgar, ¿verdad?, tan deteriorado, me hirieron, no sé de qué manera, en lo más hondo. Así que los dejé que conversaran tranquilos y me alejé unos cuantos metros, hasta el banco más próximo, con la excusa de que debía estudiar la agenda del día, y de paso me llevé la lista que había hecho con los nombres de las últimas generaciones de poetas mexicanos y la repasé del primero hasta el último, no estaba en ninguna parte Ulises Lima, puedo asegurarlo.

Este episodio es imaginario, de Los detectives salvajes, pero de algún modo también retrata y evoca a Paz.


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