Existe un enorme desconocimiento sobre la música que surgió a partir de la Conquista. Juan de Zumárraga, primer obispo de la diócesis de México, se encargó de que se construyeran instrumentos técnicamente notables desde muy pronto en 1528. Fue él también a quien Juan Diego le demostrara la aparición mítica de la Virgen de Guadalupe. Este desconocimiento musical, en realidad, no tendría por qué existir, pues lo cierto es que hay innumerables documentos, partituras e imágenes, en muchas catedrales de nuestro país. Tal es el caso de la Catedral de la Ciudad de México.
Ignacio de Jerusalem nació en Lecce, Italia, en 1707. Luego vivió en Cádiz, España, dónde trabajó en el teatro Coliseo del que fue reclutado por el Real Tribunal de Cuentas para realizar servicios en la Nueva España. Llegó a nuestro país como violinista y director del Coliseo de México. En 1746 comienza a componer obras para la Catedral de México. Escribe por ejemplo, un villancico (una canción sagrada en lenguaje popular para voces e instrumentos, algo análogo a lo que Mozart haría poco años después con la ópera haciéndola cantar en alemán y no en italiano como se suponía debía de ser) hasta convertirse en Maestro de Capilla al año siguiente, cargo que cubrió hasta su muerte en 1769.
Su obra es bien reconocida aunque poco estudiada. En la Catedral de México, en 1966, Thomas Standford, filmó y catálogo el archivo de música reconociendo a Jerusalem como autor de 100 obras. Existen además otras piezas suyas en los archivos musicales de las catedrales de Puebla y Oaxaca. Su música, se sabe, recorrió el país entero, y aún más, viajó desde la Alta California hasta la ciudad de Guatemala, teniendo siempre como centro de creación la Catedral de la Ciudad de México.
Hace algunos años, me enteré de Ignacio Jerusalem por un disco del grupo vocal Chanticleer. En la portada estaba una pintura de la Virgen de Guadalupe. Por eso compré el disco y no por otra cosa. No soy religioso ni mucho menos, pero la música siempre me ha gustado y muchas veces me he hecho de música por los gráficos, en el caso de este disco, por el grupo y la portada. Matins For The Virgin of Guadalupe 1764 es realmente muy hermoso.
La interpretación de Chanticleer es, a pesar de su resonancia grave, sutil, leve, áureo. Los maitines eran parecidos de algún modo a una ópera, perseguían la belleza y el arte, al mismo tiempo que el agrado del público y de dios. Al igual que en muchas óperas que terminaban con un tutti, es decir, un grupo animado de voces e instrumentos, los maitines podían culminar con algo equivalente llamado Te Deum.
Los Maitines para la Virgen de Guadalupe se reunieron con partituras encontradas aquí y allá. El invitatorio y el himno estaban en un legajo de la Catedral de México, pero el canto llano o los coros suntuosos estaban en otros legajos. Algunos momentos de esta pieza significan ejemplos de la primera música sinfónica de América. Como en todo, siempre hubo antecesores. Manuel de Sumaya lo fue de Jerusalem. Nació en la Ciudad de México en 1678 y murió en Oaxaca en 1755.
Una buena historia de la música de México nos está haciendo falta. Pero más allá de esto, me gusta pensar que en la arquitectura de la Catedral de nuestra ciudad, en ese espacio entero, resonó y resuena la música de Jerusalem, alguien que como muchos otros, vino a dejarnos un poquito más, de todo lo que ahora somos.
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