Trajes holgados y resplandecientes, pantalones elegantes con pliegues y valencianas estrechas como tubos, cadena, sacos largos de amplias solapas y grandes hombreras, camisa de cuello ancho y puños de tiburón y sombreros de fieltro. Se trata de la típica vestimenta de los pachucos en México, una tribu urbana cuyo estandarte es el sin más ni menos Tin Tan.
Este artista que le dio vida a Baloo, en la caricatura animada de El libro de la selva, dio a conocer al mundo este fenómeno que surgía en la frontera entre México y EE.UU. Se trató de una tribu urbana cargada de nostalgia y fusión de culturas, en donde los llamados chicanos no buscaban tener una identidad propia –sólo sostener con orgullo que eran diferentes a lo que se hallaba en tu alrededor–.
Todo comenzó en la década de los 40, con la migración de los mexicanos a EE.UU. Ellos eran los marginados de la sociedad, se les negaba su existencia e importancia. Hasta que la gente joven propuso un atuendo, música y baile que los identificara; empezaron a repudiar al sistema y a la autoridad que los rechazaba, y como respuesta, los pachucos se llenaron de vida y libertad de ser.
Danzón, mambo y rumba, son los himnos de los pachucos. Tanto que Tin Tan, también apodado como el Pachuco de Oro, protagonizó en sus películas numerosos bailes que resaltaban al espíritu pachuco. Te compartimos algunos de ellos:
El pachuco llegó a la Ciudad de México gracias a la expansión la Época de oro del cine mexicano. Pero quién podría imaginarse que con 50 años de diferencia, los pachucos continuarían expresando su libertad y vida en las pistas de baile de la capital mexicana.
Sí, aún hay pachucos con hipnotizantes trajes y apabullantes sombreros emplumados. Inclusive se organizan concursos de quién representa mejor el espíritu pachuco, que según Pita Amor, no sólo es el ponerse un traje, también es vivirse como tal a través de la presencia y la danza.
En salones como el California Dancing Club –también llamado Califas–, en avenida Tlalpan, y Los Ángeles, en avenida Cuauhtémoc, se congregan semanalmente los resilientes de esta tribu urbana. Y de ser sólo personas casi octagenarias, se convierten en maestros de danzas que están siendo amenazadas de extinción, en parlantes del espanglish y sobrevivientes tanto de la discriminación, represión como negligencia. Podría decirse que estos salones, a la hora de comenzar el son del danzón, se convierten en una cápsula de tiempo como si nunca hubieran recorrido cinco décadas de vidas.
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