Un cuento sobre los fantásticos elfos que viven en Tepito

Difícilmente se puede desligar la palabra fantasía de nuestra improbable Ciudad de México pues, mientras existen luchadores que salvan al mundo de la invasión extraterrestre, o vírgenes que aparecen milagrosamente en las instalaciones del metro, la muerte es un tema usual y recurrente en nuestra cultura, al mismo tiempo que nos definimos bajo una paleta de colores a la que llamamos folclor.

Todo esto y más personaliza a la capital y nos regala fascinantes cuentos en torno a la ficción de la vida cotidiana de esta gran ciudad, como es el caso del libro Cuentos fantásticos de la ciudad de México o aventuras en Mexicópolis, una compilación de entretenidos cuentos de fantasía sobre la ciudad que escribió Luciano Pérez, escritor y periodista mexicano.

El número 20 de ellos refiere a una curiosa historia sobre dos elfos, famosos por sus leyendas, que viven en Tepito: Sandman (como el personaje popular del folclore anglosajón que ayuda a los niños a dormir y tener buenos sueños vertiéndoles arena mágica) y Jingleman.

Luciano Pérez refuerza los mitos y leyendas esparcidas por la ciudad a través de estos cuentos que, si bien son fantasías creadas por el autor, no dejan de resonar en nuestras cabezas la posibilidad de que parte de ellas hayan sido ciertas (como el hecho de que, a duendes y elfos se les ha mirado paseando por las calles tepitenses):

A pesar de lo que se diga en contra de ellos, de que no pueden existir entre nosotros porque pertenecen a otro ámbito geográfico, lo cierto es que hay elfos, y algunos viven en el renombrado barrio de Tepis. Es ocioso preguntarse como es que llegaron ahí, porque de hecho, nadie lo sabe. Sin embargo, según se cuenta, podemos decir que los elfos brotan en el lugar donde hubo niños muertos. De hecho son las almas, o personificaciones, de esos niños. Igual que estos, siguen siendo maldosos y juguetones. Mas nunca hay mala fe en ellos, ni tiene por qué a haberla.

Traviesos lo son, hurtan cosas, las esconden, después las devuelven o a veces no. Deambulan a cualquier hora del día, aunque prefieren las seis de la tarde, quién sabe por qué. Si bien es más fácil encontrárselos en la madrugada, que es cuando se les ve corriendo por la sala o trepándose a los libreros. En general, suelen ser afables y también algo socarrones; lo cierto es que nunca llegan hacer maldades excesivas. Han llegado al grado de tirar a la gente, pero no consta que hayan matado alguien, al menos no deliberadamente.

Hay dos elfos famosos, que habitan en un edificio viejo en la esquina de Circunvalación y FC, Colonia Morelos, una construcción de fines de la década de los años 50 del pasado siglo. Uno se llama Sandman y el otro Jingleman. Su amistad data de mucho tiempo atrás, de cuando fueron bebés y un viento frío los mató a los dos. “Qué importa haber sido ya, sí como somos ahora sabemos muchas cosas interesantes”, señaló Sandman. “Sí, es divertido esto de jugar siempre, y de tener desconcertadas a las personas que llegan a vernos respondió Jingleman. Pero no sólo están en ese edificio, ubicado donde termina Tepis, sino que también salen a recorrer las calles. Decidieron visitar la tumba del último Tlatoani, el águila que cayó, cerca de la iglesia de la Conchita. Sandman le comentó su amigo: “no hay nadie como el valeroso Asteca. Se rindió cuando ya no había más remedio. Los españoles tienen cortadas todas las salidas”. El otro contestó: “y eso fue aquí, en el barrio hechizado de la guerra en Mexicópolis”. Donde también está el sepulcro de la Llorona, en el fondo de las aguas desaparecidas de Canal del Norte; ahí donde los autos criminales van de un lado a otro para matar a la vida. Todo lo que anda sobre motor es un atentado a la belleza”.

Sandman fue a otra cuestión: “Yo sé que Tonantzin y la virgen María son en realidad la misma mujer”. Jingleman estuvo de acuerdo: “Sí, aunque para serlo tiene también que ser Cuatlicue, pasar por la difícil escuela de las serpientes y calaveras. Y las calaveras son como escaleras por donde se cruza hacia algún envenenado destino. Mas el veneno puede llegar a ser la curación”. Los elfos llegaron a la iglesia de San Francisco de Asís, a un costado del estadio de fútbol “Maracaná”. Ahí el santo italiano, en su urna de cristal, ora por la salvación de todos los gatos y perros del barrio, únicos seres llenos de pureza entre tanta villanía de locura que se han apoderado de las calles. “¿No te parece que los españoles nada más vinieron a llenar de fantasmas la ciudad?”, preguntó Sandman. “Sí, todo el centro está, o estuvo, habitado por frailes en pena y beatas con el niño Dios en sus entrañas, a punto de parirlo ya sin vida”, confirmó Jingleman. “Jamás ayer el famoso tesoro de la casa del judío”, dijo Sandman. “Tampoco al cuervo del puente, ni a su amo ya muy loco”, recalcó Jingleman. “Nunca más habrá nada como eso, amigo, Mexicópolis ya no existe: Sin fantasmas, como que deja de ser lo que fue, ya ves que el gobierno no los quiere “. 

Ambos amigos regresaron a casa, para cambiarse de traje. A veces visten de colores, y otras de negro. Les fascina jugar a la pelota con los gatos, lo que puede resultar peligroso, porque los felinos suelen enojarse de repente, y Jingleman ha salido con la ropa rasgada y Sandman con la cara sangrando. No obstante, el riesgo les estimula el ánimo. Prefiere no encontrarse con niños, cuya malicia es tan infinita que pueden hacerles daño los elfos. Sin embargo, éstos han llegado a darles batalla a aquéllos, y no es difícil encontrar un niño malcriado tirado en el suelo, quejándose de las cuchilladas que ha recibido. Por eso las madres aborrecen a los elfos; o quizá es porque intuyen que pueden ser hijos de ellas y prefieren no enterarse de la verdad. Porque los elfos han tenido madre. Con las niñas, los elfos son muy galantes sentimentales. “No hay nada mejor que quedarse viendo los ojos negros de una chiquilla “, suspiró Sandman. “En efecto, sin eso no podría vivir uno”, lo secundó Jingleman. Suelen llevarles regalos a ellas: fotografías viejas, revistas de modas, prendedores con figuras felinas, calendarios, chocolates, y muchas cosas más. Les platican, elogian sus vestidos y sus cabellos, se preocupan si están enfermas, etcétera. Incluso les regalan versos que las exaltan como lo más hermoso que existe en el mundo. ¿Y que hay si una niña muere? ¿Se convierte en elfo? “No, son ángeles, una categoría muy diferente”, puntualizó Sandman. “Y algunas de ellas llegan hacer ángeles caídas”, completó Jingleman. “Y son más difíciles de tratar que nosotros mismos “, observó el otro. ” Es que se ríen mucho “, dijo su compañero. Una ángel que se ríe puede insuflarle pavor al corazón. Así fue escuchado en una canción de 1984. “Que desde luego bailamos, ¿te acuerdas, Jingleman? Se llamaba Ángel, con una blonda cantándola. Como la virgen. Como la Madonna “. “O como en 1980, cuando la marea estaba alta. ¿No es cierto, Sandman? Con Blondie, la de Lorenzo y Pepita?”. “Somos número uno en el amor de las niñas “, recalcó Sandman”. Por eso los obsequiamos todo cuanto podemos, aunque no nos den nada “, dijo Jingleman.

Lo de los elfos no tiene fin, porque son inmortales. Pero su cantidad no se incrementa, porque cada vez menos niños mueren, de acuerdo con las estadísticas de salud. “Eso de las vacunas y los antibióticos nos han dejado sin compañeros, Jingleman”. “Te digo que la vida ya no es como antes, Sandman”. “Si hubiera alguna masacre infantil, podríamos organizar una fiesta “, concluyó Sandman.


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