La primera planeación urbana para la Ciudad de México se realizó en los años posteriores a la Revolución Mexicana con la finalidad de un reordenamiento para el acelerado ritmo de crecimiento urbano. A través de los edificios, se buscaba el fomento de la educación y salud para así mejorar la imagen y funcionamiento de la ciudad.
Este ordenamiento fue redefiniendo el centro de la ciudad como unidad de producción principal, que ya había sido una zona comercial desde la época colonial en la Gran Tenochtitlán, pues ahí se ubicaba el embarcadero que conectaba con las zonas de producción de alimentos. Por esta razón, fue el lugar donde se desarrollaron la mayoría de las construcciones sociales y educativas. Llevando a una centralización urbana que traería tiempo después problemas de accesibilidad que persisten hasta la actualidad.
Dentro de la zona comercial y la producción de alimentos existían en ese entonces 4 mercados que, con el crecimiento repentino de la ciudad, no tenían la capacidad suficiente para abastecer a toda la población. Es entonces, en 1933, cuando se inicia el proyecto para la construcción del Mercado Abelardo L. Rodriguez a cargo del arquitecto Antonio Muñoz García: Un complejo cultural que funcionaría como muestra de plan de rescate de zonas urbanas y que fomentaría la actividad comercial y los negocios, posicionándose como el primer prototipo de mercado moderno en México.
La construcción del Mercado tuvo lugar en la calle de Venezuela, sobre las ruinas del claustro del antiguo convento de San Pedro y San Pablo. Con este proyecto se buscaba, más que un mercado, hacer un centro que fomentara la educación y la cultura a través de una integración de arquitectura y artes plásticas enfocándose en el sector popular.
El proyecto consistió en una plaza pública rodeada de comercios, un mercado de flores, una biblioteca, una guardería, oficinas de gobierno, un pabellón de atención para invidentes y el primer teatro popular que funcionaba también como centro cultural. La parte artística se encargó al pintor y muralista Diego Rivera, quién delegó el trabajo a algunos de sus estudiantes y colaboradores.
Respetando el claustro de estilo neocolonial, Antonio Muñoz emplazó su proyecto utilizando estructuras metálicas y losas de concreto. Las 5 hectáreas que abarca el proyecto se fueron construyendo poco a poco, por lo que existe una fuerte diferencia de estilos y sistemas constructivos. Esta diferencia se logra disimular con los abundantes murales que revisten el proyecto de pintores mexicanos y extranjeros, como el mural de Isamu Noguchi.
Esta intervención de arte y la conservación de arquitectura como muestra de legado cultural revelan el trasfondo político y social que se vivía a mediados del siglo XX. El carácter del proyecto como conjunto multifuncional y las ideas de orden, limpieza y organización respondieron a la búsqueda de generar una nueva identidad de México como país desarrollado, libre y moderno.
La evolución de la sociedad, y por consecuente la de sus necesidades, han llevado a que los espacios planteados para este mercado se hayan vuelto obsoletos, además de la falta de mantenimiento y el desorden provocado por la necesidad de mayores espacios que han hecho del conjunto un espacio caótico.
Actualmente se trabaja en un plan de recuperación que logre traer vida de nuevo al mercado, ya que en su momento fue un importante proyecto de rehabilitación urbana que marcaría la pauta para la creación de nuevos mercados en la ciudad, como el de la Lagunilla y la Merced.
autora: Marcela Olmos Pérez
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