El término patrimonio se refiere a todo este conjunto de bienes heredados que se viven en el presente, el cual necesita ser protegido para su conservación y transmisión a futuras generaciones. Por lo que, el aprehender cada uno de los patrimonios de la humanidad que habitan en la ciudad de México, se ha convertido en un proceso que sintetiza la esencia de una ciudad ancestral como la nuestra.
A diferencia de los otros patrimonios de la humanidad en la ciudad, el Centro Histórico y Xochimilco, los cuales eclipsan con sus esencias prehispánicas, la Ciudad Universitaria –CU– se ha convertido en un símbolo tanto de esfuerzo intelectual y artístico como de independencia cultural del país en los últimos 50 años. Y es que a través de los pasillos de los salones, auditorios y biblioteca, CU representa la transformación mexicana de la vida social mediante una arquitectura tanto escolar como cultural.
Sí, es verdad; hay ocasiones en que esta pequeña ciudad dentro de la ciudad tiene el potencial de volcarse hacia un caos de violencia, burocracia o negligencia; sin embargo, la Ciudad Universitaria ha sido capaz de colarse en el corazón de transeúntes, estudiantes y maestros. De hecho, su excepcionalidad ha maravillado desde antes de 1972, año en que la UNESCO nombrara al sitio como Patrimonio Mundial, cuando en 1943, durante el rectorado de Rodolfo Brito Foucher, se eligió el Pedregal de San Ángel como la zona ideal para fundar un barrio de estudios. Fue así que entre terrenos volcánicos y proyectos de artistas como arquitectos más importantes del país en su momento: Mario Pani, Enrique del Moral, Carlos Lazo, Juan o Gorman, Alberto T. Arai, Ramón Torres, Pedro Ramírez Vázquez, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Francisco Eppends, Félix Candela Javier Barros Sierra, entre otros 200 coautores.
Entre la visión pedagógica, la Ciudad Universitaria se convirtió en el nido de convivencia entre estudiantes, maestros y conocedores de múltiples cátedras para el intercambio social y cultural. Por decirlo de alguna manera, esta zona se convirtió inclusive en la Alma Mater de otras universidades, centros culturales e inclusive actividades deportivas, a través de sus muros artísticos y espacios cargados de naturaleza. Pues CU no es sólo una simple interpretación nacionalista con notables ejemplos urbanísticos en México, es una obra de resistencia hacia la ignorancia, la opresión y la negligencia que ha ido reduciendo en añicos la gloria de México.
Por ello, al ir caminando por cada rincón de la Ciudad Universitaria, se redescubre un tributo a la belleza de lo mexicano, desde sus orígenes hasta su porvenir. Por ello en su trazado se hayan elementos ancestrales como el equilibrio asimétrico de la plaza de Monte Albán o la Calzada de los Muertos en Teotihuacán. Por esta razón, la armonía de su belleza refleja no sólo la majestuosidad de su pasado ante la lucha constante de una existencia que merece ser vivida, también la búsqueda de un futuro que altera los paradigmas de la mediocridad y la sensación de insuficiencia derivados de un trauma social –como las conquistas y guerras que fueron desarrollándose a lo largo de la historia mexicana–.
Entre los conocedores, la Ciudad Universitaria es una evocación del hombre moderno, del sitio y de su historia; es la creación de la continuidad, de la excepcionalidad social, de la importancia de acuerdos y objetivos cumplidos, del esfuerzo de una nación que desea una sociedad más armónica y funcional, la reivindicación política y sociales para reducir el sufrimiento de la población. Y a 60 años de su creación, estos son los resultados de proyectistas, constructores, asesores y especialistas de cada área de conocimiento.
Una noción de patrimonio vivo, a diferencia de otros ejemplos del movimiento moderno donde lamentablemente sólo permanecen los testimonios de los edificios y no continúan activa sus funciones originales.
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