En 1939, Neguib Simón, empresario yucateco de origen libanés, creador de las navajas de afeitar Ala y los focos Lux, tuvo la iniciativa de crear dentro de la Ciudad de México una zona deportiva de dimensiones y carácter relevantes.

Se planteaba la construcción de un estadio, alberca, frontones, espacios de lucha y de boxeo y hasta cines. Al final el dinero alcanzó solamente para construir la ahora monumental Plaza de Toros y el que se convertiría en el Estadio Azul. Según el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, la Plaza de Toros es un ejemplo único en ese tipo de edificaciones. El ingeniero a cargo se llamaba Modeto C. Rolldand.

 

El recito taurino tiene capacidad para 45 000 espectadores y es el más grande del mundo en su género. Se inauguró en 1946, un martes 5 de febrero. El cartel contaba con la presencia de Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez “Manolete”, y Luis Procuna. Son incontables las tardes de domingo memorables más allá de la polémica sobre la “fiesta brava”.

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Mi mamá me contó algunas veces que mi abuelo, a quien no conocí, solía escuchar por radio y más adelante por televisión, las corridas en la “Monumental”. Hace unos meses caminando por la colonia Cuauhtémoc un domingo, me llamó la atención un portero entrado en años, que escuchaba en un radio viejo, una corrida de toros. Los hábitos son sin duda cosas, difíciles de cambiar.

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Para la construcción de la Plaza y el Estadio sirvieron dos cráteres singulares en medio de llanos que estaban ahí, luego de ser escavados durante muchos años para hacer adobes por la fábrica de ladrillos La Guadalupana, que se situó ahí mismo, durante años. Pero no es la Plaza ni la fiesta lo que motiva estas líneas.

En realidad son 24 las esculturas colocadas en el perímetro exterior del espacio, realizadas por el artista valenciano Alfredo Just Jimeno. Nació en un pequeño poblado llamado Alcira. Llegó como muchos exiliados en un barco, en su caso el Mexique. Venía como podemos imaginarlo sin dinero. Lo que no fue un impedimento para que como otros españoles en el exilio dejara una marca imborrable.

El encierro

La obra de mayor tamaño del conjunto escultórico y que está en la puerta principal de la Plaza se titula “El encierro”. Son varios toros imponentes dirigidos por un personaje que avanzan irrefrenables desde el campo hacia la plaza. Más allá del carácter figurativo de las piezas, una energía, una fuerza irradia de éstas tan impecablemente realizadas.

El resto de las esculturas que resguardan el perímetro son toreros reconocibles en plena faena, toreando, realizando estoques o clavando banderillas. La nómina es muy larga pero pueden mencionarse a Silverio Pérez Gutiérrez, Manuel Rodríguez, o Antonio Fuentes entre muchos otros.

Las esculturas inicialmente iban a ser de bronce, pero la falta de presupuesto obligó a Just a trabajar en yeso y recubrirlas con una livianísima capa de bronce que les da ese carácter férreo y al mismo tiempo delicado. Son, como diría el poeta argentino Edgar Bayley, “belleza abandonada”, que cualquier mañana o tarde, los chilangos podemos disfrutar, más allá de todo.

Just y su amigo Montero Torres


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