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Pese a las enormes diferencias culturales entre México y Francia, ambas naciones poseen una enigmática conexión entre sí. Se trata de un vínculo único que permite fusionar la impactante diversidad histórica, económica, académica y artística de dos regiones que aparentemente son ajenas entre sí, pero que, en el fondo, se encuentran profunda y entrañablemente unidas.
Esta unión se reforzó principalmente cuando México decidió reorientar su economía y ampliar sus fronteras en el mundo del comercio y privatización. Este cambio estructural mexicano implicó una apertura en numerosos niveles con otros países, pues se dinamizó el comercio internacional con el Tratado de Libre Comercio con América del Norte, Bolivia, Chile, Costa Rica y finalmente la Unión Europea.
Como parte de los numerosos cambios derivados del Tratado del Libre Comercio, Francia y México comenzaron a unir sus fuerzas para reestablecer un vínculo que alcanzara niveles superiores a los económicos. Ambos países intentaron involucrar a sus ciudadanos en este cambio, sensibilizándolos a la cultura del otro país.
Al celebrar los 30 años de cooperación entre las compañías de metro de la CDMX y París, hubo un intercambio artístico en 1998, en el que la primera ciudad recibió un edículo del arquitecto Guimard para la estación del metro Bellas Artes, y la segunda, un fresco wixárika al que se le nombró El pensamiento y el alma huicholes por Santos de la Torre, para la estación parisina de Palais Royal-Musée du Louvre.
Este tipo de intercambio promovió la estética, armonía y continuidad estilística de la cultura de cada uno de los países, con el propósito de brindar un ideal principal del decorado como una experiencia espacial asombrosa. Pese a concentrarse, ambas piezas artísticas, dentro de un marco arquitectónico global, la concepción intrínseca de sus objetos de arte desean difundir un nuevo arte a gran escala, fusionar todas las funciones prácticas de un cuerpo único, lineal, gracioso y armonioso, crear perfectas contradicciones inherentes a los ideales culturales del movimiento.
Ver, hoy por hoy, la belleza hipnótica de la estación de Bellas Artes en el centro de la ciudad de México, es retomar el deseo de México por mejorar y expandirse en una especie de globalidad que trascendió el tiempo y espacio de lo social.
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