La narrativa de Cortés en sus crónicas incluía comparaciones con España.
Como bien señaló Edmundo O´Gorman en su libro La invención de América, los conquistadores que llegaron a México carecían de otras referencias que no fueran Europa o más precisamente la España del siglo XVI. Algunos de ellos habían viajado a otras latitudes pero ninguno de ellos tenía la capacidad y sobre todo el vocabulario para nombrar un territorio nuevo. La vastedad del espacio, la diversidad natural, las enormes diferencias culturales entre españoles y grupos prehispánicos, eran un enorme impedimento para narrar cabalmente lo que los invasores podían registrar.
Por lo mismo los relatos de la Conquista, las cartas de relación y las crónicas que se escribieron, utilizaron la comparación como una forma de expresar más cabalmente lo que iba sucediendo. Hernán Cortés dijo de lo que fuera alguna vez la Ciudad de México en su “Segunda carta de relación”:
“Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y algunas de éstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por donde atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas, juntas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de a caballo juntos a la par.”
La descripción es precisa pero guarda un grado de extrañeza. Las dimensiones de la ciudad eran las de “Sevilla” o “Córdoba”, y por las calzadas podían circular “diez caballos juntos a la par.” Cortés evidentemente estaba preocupado por el paso de sus caballos hasta la ciudad de la que pensaba apoderarse. Sus observaciones querían ser objetivas, buscaban tambien la aprovación del rey.
Y sin embargo, en lo que fuera Tenochtitlán, más allá de toda historia, con mayúscula o minúscula, la antigua “Ciudad de México”, la prehispánica, era una megalópolis donde miles de hombres y mujeres vivían y morían, era igual que hoy, un deleite para todos los sentidos desde el punto de vista que se quiera. Invención o no, Cortés se sorprendió y no pudo, más allá de cualquier comparación, enlistar, exaltado, la inigualable riqueza de lo que veía, olía, sentía:
“Venden conejos, liebres, venados y perros pequeños, que crían para comer, castrados. Hay calle de herbolarios, donde hay todas las raíces y hierbas medicinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se venden las medicinas hechas, así potables como ungüentos y emplastos. Hay casas como de barberos, donde lavan y rapan las cabezas. Hay casas donde dan de comer y beber por precio. Hay hombres como los que llaman en Castilla ganapanes, para traer cargas. Hay mucha leña, carbón, braseros de barro y esteras de muchas maneras para camas, y otras más delgadas para asiento y esterar salas y cámaras. Hay todas las maneras de verduras que se hallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzo, berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay frutas de muchas maneras, en que hay cerezas, y ciruelas, que son semejables a las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey, que es muy mejor que arrope, y de estas plantas hacen azúcar y vino, que asimismo venden. Haya vender muchas maneras de hilados de algodón de todas colores, en sus madejicas, que parece propiamente alcaicería de Granada en las sedas, aunque esto otro es en mucha más cantidad. Venden colores para pintores, cuantos se pueden hallar en España, y de tan excelentes matices cuanto pueden ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él: teñidos, blancos y de diversos colores. Venden mucha loza en gran manera muy buena, venden muchas vasijas de tinajas grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de vasijas, todas de singular barro, todas o las más, vidriadas y pintadas.”
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