Sobre el estridente origen del organillero

La historia de la ciudad no sólo se puede leer, ver o  saborear, también es posible escucharla, a través de sus sonidos. Uno de los sonidos más conocidos —y que no precisamente provienen de las bocinas de los autos—, es el del organillo, un instrumento importado de Berlín y traído a México por inmigrantes alemanes cerca del año 1884. Este multifacético instrumento fue el que dio a pie al nacimiento de una tradición que hoy es más mexicana que nunca: el oficio del organillero.

organillero

Empresarios, circos y ferias fueron quienes compraron los primeros organillos en México y después se expandieron hacia las calles en pleno Porfiriato en donde se rentaban como fuente de trabajo o bien para dar serenatas.

En un principio los cilindreros como también se les conoce, se instalaban permanentemente en zonas muy concurridas (plazas, parques y cerca de las iglesias) amenizando con piezas y vals europeos. Posteriormente se empezaron a desplazar por todas las calles, con el fin de recaudar más dinero; tarea nada fácil ya que un artefacto de estos puede llegar a pesar de 50 a 60 kg.

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Tiempo después –y adaptándose al argot de sonidos mexicanos, principalmente canciones de dominio público como las mañanitas y temas revolucionarias como Adelita y la Cucaracha–, los organilleros llegaron a contar con cerca de ochos versiones populares programadas.

Se dice que un organillero acompañó a las tropas del general Pancho Villa. Dicho cilindrero vestía el mismo uniforme que los soldados, conocidos como “los dorados de villa”. Años después el sindicato de organilleros decidió copiar el uniforme en honor a este hecho, de ahí su   peculiar uniforme.

En 1975 se formó la Unión de Organilleros la República Mexicana y contaba con 120 miembros. En la actualidad su número no sobrepasa los 50 miembros, ya que es uno de los oficios que más ha sufrido el paso del tiempo, que aunado a la apatía de los transeúntes y la situación económica, los está llevando al borde de la extinción.  

organilleros

Las ciudades de México y Santiago de Chile, son las únicas en el mundo donde aún se encuentran estos instrumentos musicales que son parte del folclor popular y que se rehusan a morir. Y aunque este oficio, en voz de organilleros activos, ya no es redituable, se ha convertido en un placentero trabajo por amor a conservar nuestras tradiciones.


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