Una de las más grandes enseñanzas, heredadas por las antiguas culturas prehispánicas, es desde luego la atribución de “divinidad” a diversos planos de la realidad, como es el caso del reino animal. Como bien se sabe, los antiguos –y especialmente los aztecas, con su alta religiosidad–, celebraban tanto a los 5 elementos como a una serie de animales que en suma se consideraban divinos.
El zoológico de Moctezuma, que aguardaba grandes cantidades de especies, es un ejemplo de lo afirmado. En este lugar era donde claramente se podía observar la distinción entre animales con calidad de divinidad y el resto, que no por eso valían menos, de hecho cada uno de estos seres poseía ciertas leyendas/metáforas entre la que destaca particularmente la atribuida al cocodrilo.
El cocodrilo, según estudios arqueozoológicos de Erika Lucero Robles (quien se encuentra desde hace un par de años analizando las colecciones de fauna halladas en las excavaciones del Templo Mayor), fue un animal exótico en Tenochtitlán. Traídos desde el Golfo de México hacía el imperio azteca, estos reptiles semiacuáticos eran traídos desde las costas enjaulados cuando no muertos y preparados por un lado, para ofrendar sus huesos en el Templo Mayor y por otro, para alimentarse de su carne.
El cocodrilo ha llamado la atención de arqueólogos al tratarse de un especie cuyos huesos se encuentran en gran cantidad en los alrededores del Templo Mayor, lo que evidencia su gran carga simbólica. En esta zona se han encontrado de de especies: el cocodrilo de río (crocodylus acutus), encontrado en las costas del Pacífico y el cocodrilo de pantano (crocodylus moreletii) situado en el Golfo de México.
Se sabe por algunos cronistas españoles que las especies que se conservaban vivas eran destinadas al santuario de fieras de Moctezuma, donde existía cautiverios con estanques específicamente para cocodrilos y serpientes.
Curioso es que un animal como el cocodrilo se situara en los mismos espacios que un animal tan sagrado como la serpiente.
Lo que nos lleva inevitablemente a pensar en la metáfora en torno a este animal. Según las conclusiones de Robles, se creía que el cocodrilo se posaba sobre un mar primigenio, que sus crestas representaban el relieve geográfico y su hocico era la cueva y una especie de entrada al inframundo. Al ser un animal semiacuático (esto es, que comparte una vida tanto en la tierra como en el agua) el cocodrilo adquirió su calidad de anfibio del reino de los muertos.
Se le asignó una relación con lo primigenio, con la corteza terrestre, el agua (fertilidad) y a su antigüedad con tiempos remotos a la creación de la Tierra por los dioses. Ente los mexicas existió el dio Cipactónal, “el que tiene como disfraz al cocodrilo”. En su mitología se trata del dios de la astrología y de los calendarios y junto a Oxomoco, su esposa, se les atribuía el carácter de hechiceros y los primeros hombres de la tierra (como un Adan y Eva). Además juntos crean, inesperadamente, la fascinante dualidad de “Ometeotl“. Esta era la relación del cocodrilo con el dios primordial, la creación, lo antiguo.
Y como una inesperada relación bastante adecuada, se han encontrado los restos óseos de esta especie junto a tumbas de importantes líderes aztecas, como es el caso de la encontrada en la denominada “ofrenda 3”, Ofrenda 3, cerca del Templo de Huitzilopochtli. En esta tumba se han hallado importantes objetos que denotan un importante rango en el individuo que fue ofrendado aquí, desde oro, plata, bronce, obsidiana, fragmentos de textiles quemados y algunas pieles de animales entre las que se encuentra la del cocodrilo.
Las investigaciones de este “monstruo” reptil de la gran Tenochtitlán aún son jóvenes, por lo que quizás con el paso de las investigaciones sus variantes alegóricas sean distintas o inclusive más ricas. Por el momento base esta información para deducir la carga simbólica que reptiles como el cocodrilo poseían para una cultura como la azteca, que contenía innumerables metáforas en torno a lo divino.
Leave a Reply