Hoy en día al recorrer la Ciudad de México y ver su desbocada expansión urbana, cuesta mucho pensar, siquiera imaginar que alguna vez fue un paradisiaco espejo de agua, en donde convivía armónicamente nuestro pasado prehispánico, con el flujo espontáneo de la naturaleza. Actualmente poco menos que residuos aislados quedan como precedente de aquellas fértiles épocas, que marcaron el esplendor de nuestra cultura originaria.
Quizás la zona lacustre más golpeada por el avance de la modernidad y— que más extraña la ciudad—, es el mítico lago de Texcoco, aquel que fuera testigo del nacimiento del imperio Azteca y que abrazara el desarrollo de la gran Tenochtitlán, ya que su formación proviene del periodo cuaternario de la era cenozoica.
El lago de Texcoco formaba parte del sistema de lagos de la cuenca lacustre que cubría una buena superficie del valle de México. El lago, junto a los de Zumpango y Xaltocan conformaban los recipientes acuosos salobres de la época, mientras que los de Xochimilco y Chalco contenían aguas dulces. Los primeros habitantes indígenas construyeron sistemas de islas artificiales conocidos como chinampas, sobre estos lagos, utilizadas para fines de vivienda y agricultura. Este proceso comenzó con la llegada de los chichimecas al lago.
En la zona que hoy es la Ciudad de México, los mexicas construyeron, además de las chinampas, un sistema de diques para evitar las inundaciones, bajando el nivel del agua. Si bien la desecación de este lago tuvo sus inicio dentro de este periodo, no fue sino hasta la conquista cuando realmente comenzó su formal desecación, dado el interés que tenían de instalar la capital de su gobierno en el antiguo México-Tenochtitlan.
Pero las constantes inundaciones fueron un gran problema para la Nueva España, siendo necesario descar por completo lo que quedaba del lago. Fue hasta el Porfiriato cuando esta tristísima tarea terminó al crearse el llamado Gran Canal del Desagüe, y muchos años después, en 1975, se comenzó el proyecto del Drenaje Profundo de la Ciudad de México, que definitivamente impediría el retorno del sistema lacustre.
En 1965 los ingenieros mexicanos Nabor Carrillo y Gerardo Cruickshank comenzaron un proyecto que intentaría salvar el antiguo lago de Texcoco, para así, resolver los múltiples problemas que desde siempre ha tenido nuestra ciudad (inundaciones y paradójicamente la escasez de agua en la zona metropolitana). La idea del proyecto era recargar los acuíferos limpiar el aire y además regresar el paisaje lacustre a nuestra ciudad. Y aunque este plan nunca llegó a consolidarse, hoy en día existen propuestas loables que intentan rescatar esta zona, uno de los pocos parajes acuosos naturales que hoy le queda a la Ciudad de México.
Lago de Texcoco, proyecto de un parque
En la actualidad, existen pequeños yacimientos lacustres en la capital resistiéndose a su inminente desecación. Lugares como Xochimilco, la Laguna Xico, el siempre bello Lago de los Reyes Aztecas o el Lago de Texcoco, pese a ser consumidos por la mancha urbana, siguen refrescando nuestra memoria histórica, con sus bellas postales que tocan esas fibras sensibles de nuestra identidad de origen, aquella que nos recuerda cuando México o la gran “Anáhuac“ tuvo como motor de desarrollo a sus místicas aguas.
*Fotografía principal: www.lgmstudio.com
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