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Jack Kerouac, uno de los pioneros de los road trips, convirtió los viajes en estilo de vida, y sus experiencias, en historias épicas que inmortalizaron su novela On the Road.
Entonces volteamos a ver a México con timidez y maravilla mientras decenas de vatos mexicanos nos veían debajo de sus secretas alas de sombrero en la noche. Detrás de ellos había música y restaurantes nocturnos con humo de cigarros escapándose por la puerta. ‘Whee’, susurró Dean muy suavemente.
On the Road, Jack KEROUAC
Cuando Jack Kerouac regresó a EE.UU. de México, supo que tenía que plasmar todas las experiencias de sus viajes y convertirlas en algo mítico, épico; algo que brindara una estructura a su confusión y anticonformismo y que saciara su necesidad de conseguir todo en todo momento. Fue así que entre noches de obsesión y creatividad, Kerouac se dedicó durante tres semanas a transcribir, en un interminable rollo de papel, su vida en ficción de drogas, alcohol, jazz y sexo. El resultado fue On the Road, novela que se publicaría seis años después.
Gracias a su poesía jazzera, él dio una identidad a lo que se conoce como The Beat Generation, este movimiento cargado de una búsqueda espiritual, improvisación, creatividad, beatitude e inclusive confusión. De alguna manera, sus road trips le permitieron transmutar el inconformismo y confusión de toda una generación en una serie de aprendizajes y experiencias psicodélicas –sino que místicas–.
Kerouac fue un creador de mitos y cazador de simbolismos. De hecho, en su búsqueda de libertad, héroes épicos y santos entre pecadores (Damien Cave, 2013), viajó hasta retar a la muerte en numerosas ocasiones. Como por ejemplo, cuando llegó a México. En su libro On the Road, Kerouac –con el pseudónimo de Sal– se enfermó de disentería, quedando delirante e inconsciente. En ese momento, su acompañante, Neal Cassady –Dean Moriarty– se acercó para tirar, directamente en su cuello, la guillotina diciendo:
Pobre, Sal, pobre, Sal, que se enfermó. Stan te cuidará. Ahora escucha lo que tengo que decir si puedes en tu enfermedad: He conseguido aquí el divorcio con Camille y ahora esta noche manejaré directo hacia Inez en Nueva York, si el coche aguanta el viaje.
[…]
‘Todo eso de nuevo, mi buen amigo. Tengo que regresar a mi vida. Quisiera poder quedarme contigo. Reza para que pueda regresar. […] Sí, sí, sí. Tengo que irme ya. Viejo febril Sal, adiós.
En ese estado, Kerouac no sólo se dio cuenta que Neal “era una rata”, sino que tuvo que enfrentarse a las experiencias de la ciudad de México y sus alrededores. Para él, los mexicanos tenían algo similar que él y su generación Beat, pero eran diferentes:
Nunca he visto algo así. Y ellos están hablando y maravillándose con nosotros, ¿ya viste? Justo como nosotros pero con una diferencia a su modo, su interés es probablemente indagar acerca de cómo estamos vestidos –así como el nuestro, sinceramente– pero la extrañeza de las cosas que tenemos en el coche y las formas extrañas en que nos reímos es tan diferente a la de ellos, y quizá, incluso, la manera en que olemos en comparación con ellos.
Para Kerouac, la ciudad de México fue un simbolismo, una experiencia de una mayor libertad con sexo, drogas y literatura. Esa fue la manera en que él se dedicó a delimitar, literariamente, a este país latino, entre sus fantasías idílicas de lo americano, sus grandes fracasos y sus triunfos –como el arte contemporáneo–.
Si quieres conocer las experiencias que este autodenominado ‘Jazz poet’ vivió en México, te compartimos este mapa interactivo de su road trip con la fuente de Dennis Mankser:
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