El cantante de protesta, el poeta del cut-up; un beatnik de la nueva generación –la de la música–, ese era Bob Dylan.
Pero, quien ha intentado encarnarse en los huesos de su historia, como todo buen fanático musical, sabrá que Dylan fue más que la sensacional voz de los 60’s. En su segundo libro Chronicles, su autobiografía, nos habla un poco de su entrañable reencuentro con el box, gracias a una inesperada reunión que ocurrió con el boxeador Jack Dempsey –una cita articulada por Lou Levy el sofisticado editor musical quien más tarde publicaría, también, el libro de canciones de Dylan. Dempsey, quien de primera instancia confunde a Dylan con un boxeador que no alcanza el peso pesado, le comparte un valioso consejo: que nunca te dé miedo pegarle a alguien con mucha fuerza.
A la postre, Levy corrige que Dylan no es boxeador, sino cantautor. Pero, de hecho, el poeta del folk era ambas cosas. Dylan había practicado el boxeo desde que acudía al instituto y en varias ocasiones resultó su pasatiempo preferido; era un deporte que no requería formar equipos, al igual que su trayectoria como cantautor.
Un peculiar episodio de su carrera secreta como boxeador, ocurrió en la Ciudad de Mexico en 2008, en una de las visitas que hizo a propósito de su gira. El periódico El Universal habló con las personas que recibieron a Dylan en el gimnasio Nuevo Jordán, en la colonia Cuauhtémoc. En declaración de los testigos, Dylan llegó a eso de las dos de la tarde acompañado de tres personas más, pagó $50 pesos, entrenó una hora, se duchó y se marchó.
Al parecer nadie pudo reconocerle. “Me dije, ‘¡pinches viejitos les va a dar un infarto!'”, advirtió con ironía el entrenador, Rodolfo “Güerco” Rodríguez, quien fue el afortunado orquestador de aquél mítico entrenamiento y agrega: “Le puse a hacer un round de costal y otro de pera; luego lo subí a boxear un round con cada uno de sus amigos y lo hizo bien. Se ve que practica el boxeo desde hace tiempo, porque suelta buenos golpes y trae orejeras, concha y guantes profesionales. Sabe lo que es el pugilismo y lo disfruta”.
De su mítica pelea en la Ciudad de México solo tenemos esos breves hechos relatados por unos cuantos testigos que, durante una hora, presenciaron cómo es que pelea un verdadero artista del puño y la palabra. Hoy en día se sabe que Dylan dedica algunas horas a este deporte en su club secreto, ubicado en Santa Monica.
La relación de Dylan con el boxeo ha sido muy estrecha. Inclusive ha dedicado varias canciones al combate con guantes. Está, por ejemplo, “Hurricane“, dedicada a Rubin Carter, “Who Killed Davey Moore?” o “I Shall Be Free“, que refiere a Muhammad Ali. Todas ellas contienen un claro mensaje de protesta que, vale decirlo, es mejor escuchar las canciones para penetrar en su franca denuncia.
“Bob Dylan es un gran poeta en la gran tradición de la lengua inglesa desde William Blake en adelante”, pronunció recientemente Sara Danius, secretaria permanente de la Academia Sueca, a propósito de su galardonado premio novel de literatura. Y es que no hace falta poseer especial intuición para reconocerle como un verdadero escritor, pero sobe todo como un épico luchador de la causa.
Acompañado de su Rambud –su guitarra Fender preferida–, se dice que Dylan peleó por las cosas que realmente importan: “las canciones son pensamientos que por un momento paran el tiempo. Escuchar una canción es escuchar pensamientos”. – BD
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