Está debajo del suelo, y siempre ha sido el lugar apropiado para entender la magia de la CDMX.
El Parque Hundido es un escenario poco común de la CDMX, uno de esos sitios que, aunque está cerca de una avenida tan grande como Insurgentes, nos permite salirnos del caos citadino, y sentarnos en una banca a no hacer nada. Tal vez, a disfrutar el sonido de los pájaros o la majestuosidad de los árboles.
Pero además de ser tranquilo, el Parque Hundido tiene muchos relatos para contarnos. Pocos saben que su historia se rastrea en 1608, en aquel momento la Colonia del Valle se encontraba ubicada a las afueras de la capital mexicana, cerca del pueblo de Mixcoac. Ahí, en unos prominentes terrenos, un señor llamado Tomas de Nápoles construyó un enorme rancho que durante mucho tiempo abasteció a los poblados aledaños.
Más tarde, ya en el Siglo XIX, por la abundancia de arcilla que había en el suelo, la ranchería se convirtió en una fábrica de ladrillos llamada Noche Buena. Para hacer sus tabiques esta ladrillera dejaba grandes agujeros en el suelo. Estos hoyos pronto se convirtieron en la atracción de un sinfín de visitantes, que iban regularmente a la zona a contemplarlos llenos de agua, por la temporada de lluvias, y a ver las flores que nacían a su alrededor.
Luego, a principios del Siglo XX, cuando se trazaron las avenidas y se pavimentó lo que es hoy Insurgentes, la fábrica suspendió sus funciones y los dueños decidieron crear un bosque llamado Noche Buena. Los pasos a desnivel que había dejado la ladrillera, le dieron a este espacio verde, una característica particular que persiste hoy en día y que lo hace único.
Tras su fundación, este bosque raro se convirtió en uno de los sitios favoritos de las familias porfirianas y de los amantes de la naturaleza que incluso redactaron algunos catálogos en los que se enumeraban los distintos tipos de árboles que había en el lugar.
La primera gran remodelación de este sitio se hizo en los años 30. El bosque se convirtió en un jardín y de un día para el otro el nombre Noche Buena se transformó en el Parque Hundido. Fue en esta década también, cuando se construyó en su interior el emblemático reloj de flores. Una pieza artesanal enorme que se hizo con dos toneladas de piedras del río para que reflejaran los minutos, y se puso en un lugar estratégico para que cualquiera pudiera ver la hora sin importar el sitio en el que se encontrara.
Finalmente, dos de las grandes joyas del Parque Hundido están perdidas en su interior y hay que buscarlas. Se trata de un par de bancas estilo Art Déco, donadas para los visitantes en 1935, por un hotel que se llamaba Don Julián, y por la Lotería Nacional. Estos dos vestigios del pasado se conservan casi perfectos, y aún son estupendos para sentarse y leer, o simplemente para ver el horizonte.
Actualmente, El Parque Hundido es uno de los sitios más misteriosos y magníficos de la Ciudad de México. Vive debajo del suelo y siempre es un lugar apropiado para pasar los domingos sin hacer nada. Quizá caminar frente a la estatua de Dolores del Río y pensar en cómo ha pasado el tiempo.
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