Sobre Quetzalcóatl: el creador de los hombres

Hay muchísimas preguntas acerca de la manera en que las fuerzas sobrenaturales, como el nacimiento, el crecimiento y la muerte, llegaron a construir una serie de ideas mágicas que rigieron ciudades teocráticas y prácticas agrícolas en el mundo prehispánico. Aún en la actualidad, historiadores y arqueólogos no han logrado descubrir cómo es que la creatividad del humano alcanzó relacionar la similitud de en que el maíz, tierra, el sol y la lluvia podían fecundar y generar vida a manera del semen del hombre y el útero de la mujer.

Y vaya manera de crear esta ingeniosa asociación. A través del totemismo, en el cual se comenzó a atribuir a los espíritus y al tótem acciones y poderes tanto buenos como malos, el nacimiento, la muerte y la reencarnación se materializaron en figurillas de barro para los cultos principalmente a la fertilidad. En sitios como en Tlatilco, la representación totémica de una serpiente comenzaba a simbolizar el agua de los ríos y lagos, como una especie de fusión del agua y la tierra, que pudiera explicar los misterios de la fecundidad y el nacimiento de la vida.

En su libro, Quetzalcóatl, serpiente emplumada (1977), Román Piña Chan explica cómo la antropomorfización del concepto serpiente se asoció con el sacerdote de una deidad dispensadora del agua o lluvia, que se encontraba principalmente en el Cielo y bajaba a la Tierra como intermediario.

Advierte Román Piña que, en Oxtotitlán, Guerrero, la serpiente adquirió una forma fantástica, como de cipactli o lagarto alado con lengua bífida. O sea que de la serpiente acuática de Tlatilco, que había dado lugar al dragón serpiente-jaguar, se ha pasado a la concepción de una serpiente-ave, de otro monstruo alado que se ubica en el Cielo y que simboliza la lluvia; dicho monstruo se enriquecería en Teotihuacán, volviéndose francamente una serpiente-pájaro de plumas preciosas.

Esta serpiente-pájaro fue adaptándose a las creencias populares y mágicas, a todo aquello que podía coexistir en una cabeza y cuerpo de “una serpiente, piel escamosa o con plumas, lengua de fuego, crestas o cuernos, una o varias cabezas, aletas, dientes de lagarto, propiedades de aparecer y desaparecer, de hablar, de metamorfosearse.” Fue así que se convirtió en una serpiente-pájaro tanto de tierra como de cielo, de lo material –fecundidad y vegetación, como en la tierra– y lo espiritual –la lluvia y el Cielo–. Con esta concepción, la serpiente, ubicada en el Cielo, se asoció con “la lluvia, el agua celeste, el trueno, el relámpago y el rayo, por ser fenómenos conexos, lo mismo que con la sequía y la abundancia”, para poder ser reverenciada como deidad; y también con la Tierra a través de un culto sacerdotal cuyos símbolos y atributos fueron los intermediaros entre el Cielo y la Tierra.

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De hecho, en los centros ceremoniales de los olmecas, en donde elaboraron nuevas ideas y conceptos religiosos entre 900 y 100 a.C., se encontraron reflejados:

La existencia de una serpiente de cascabel y serpientes pájaros que simbolizan la lluvia, ubicada en el Cielo; sacerdotes dedicados a los cultos del jaguar y la serpiente –Tierra/fertilidad y Cielo/lluvia–; nubes de lluvia que caen en forma de gotas para fecundar la tierra –círculos, SSS–; espigas, ramas, flores, etcétera, como símbolos de la vegetación; ritos y ceremonias agrícolas; sacrificios humanos; numerales de puntos y barras; jeroglíficos –huella de pie humano, cabezas de aves; maíz, etcétera–; símbolos del totemismo y la magia que se pasaron a la religión, la cual es fundamentalmente agrícola o agraria y está ligada a las primeras observaciones astronómicas, al calendario, al registro del tiempo, a la escritura y numeración; es decir, a una preocupación intelectual avanzada, posterior a la mentalidad de las sociedades aldeanas y típica de los pueblos y centros ceremoniales orientados a la teocracia.

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Sin embargo, no fue sino hasta que se integró a la cultura teotihuacana en que la religión agraria adoptó este concepto, el de la serpiente de cascabel con el cuerpo cubierto de plumas preciosas como símbolo de lo celeste y lo terrenal, de la fuerza sobrenatural que provoca la mezcla de la lluvia y la tierra.

De estas creencias nace la Pirámide de la Serpiente Emplumada –o quetzalli-cóatl–, en donde las cabezas de las ondulantes serpientes están orladas de plumas preciosas; los mascarones se alternan con las serpientes escamosas, cuadriculares, y dos chalchihuites que se han relacionado con la lluvia. Para Piña Chan, las serpientes emplumadas simbolizan “la nube de agua” que vuela por el firmamento, y el trueno, relámpago o rayo, como el agua que cae a la tierra o a lo terrestre –ríos, arroyos, lagos–: “El dios Quetzalcóatl, cuyo símbolo era el pájaro-serpiente o serpiente emplumada preciosa, se ha interpretado como la ‘nube de lluvia’ que transitaba por el firmamento y anunciaba la llegada de Tláloc, el hacedor de agua.”

Esta serpiente emplumada, hijo de Ometecuhtli y Omecíhuatl, y dualidad antagónica de su hermano Tezcatlipoca Blanco, comenzó como un simbolismo, continuó como un mito y se convirtió en una leyenda. Conforme fue pasando el tiempo, su nombre se rodeó poco a poco de poder y humanismo. Se convirtió en un puente de lo inmaterial-religioso y lo material-terrenal, principalmente desde el caso de un sacerdote o Ce Ácatl Topiltzin, o Quetzalcóatl, quien fue elevado al rango de héroe cultural divinizado o semidiós –a veces confundido con el dios– que nació de una pareja divina, que pasó por una serie de pruebas y sufrimientos, que venció obstáculos y se sometió a sacrificios y penitencias antes de morir.

Este personaje humano inundó de mitos a la deidad de serpiente emplumada, logrando a veces hasta confundirse entre sí y fundirse como una figura legendaria –y de ahí que surja la idea de que Quetzalcóatl, el sacerdote y no el dios, era originalmente de ojos verdes o cabellos dorados–.

*Imágenes: 1)behance.net; 2) Udlap bibliotecas; 3) portaldelaculturatradicionaldexala.blogspot.com


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