Un recorrido por la historia de los tianguis en la Ciudad de México.
Los tianguis, esos espacios milenarios que todos los domingos ocupan las esquinas de la Ciudad de México y en donde se puede conseguir todo lo que está barato, lo que está bonito y lo que no hay en otros lugares, siguen siendo una opción estupenda para abastecer el hogar y enriquecer nuestra alma.
Entre los laberínticos y los efímeros caminos que se ponen temporalmente en distintas arterías chilangas hay de todo: flores, pescados, escobas, antigüedades raras, cosméticos, las frutas más coloridas que hay en el mundo, y ese bullicio que está en todos lados y que a veces deja sus canciones en el aire.
En nuestra urbe la tradición de los tianguis se remonta a la época prehispánica, entre otras cosas, porque Tenochtitlán al estar encima de un valle, requería la llegada de forasteros que vendieran materias primas, hechas en provincia, para proveer de distintas mercancías a la población.
Los comerciantes mexicas no requerían un lugar fijo para vender, y sólo una vez por semana, de hecho, su única necesidad era ubicarse en un lugar plano sobre el que ponían una especie de manta en el suelo y acomodaban sus productos para ofrecerlos a los mejores postores. El primer tianguis que existió fue el de Tlatelolco, donde se practicaba el trueque y las personas intercambiaban cacao por vasijas, por sólo poner un ejemplo.
Así se quedaron las cosas hasta la llegada de Hernán Cortés que escribió en sus diarios: en esta ciudad hay muchas plazas donde hay continuo mercado… He visto arriba de 60 mil ánimas comprando y vendiendo como mucho orden.
La venida de los españoles, como era de esperarse, trajo sus propias reglas mercantiles. Pronto, llenaron los limpios puestos precolombinos de productos de Asía y Europa, y construyeron los primeros mercados formales de esta metrópoli: como el Payán, el de San Juan y hasta la Merced.
Sin embargo, la tradición de venta ambulante persistió y desde esa época, hasta ahora, casi todos los barrios tradicionales tienen un tianguis y aunque la competencia de los Súper Mercados es mucha, algunas personas en esta ciudad todavía prefieren ir a los mercados en ruedas por el trato cercano con los marchantes, la comida, y esa cercanía que ninguna modernidad puede emular.
Otra razón por la que estas pintorescas plazas itinerantes aún persisten, es por la calidad y frescura de las frutas, verduras y demás alimentos que ahí se venden, productos 100% nacionales que se cosechan en las entrañas del campo mexicano y cuyo sabor es privilegiado en el mundo.
En estos momentos de incertidumbre, en los que no se sabe cuál es futuro de nuestras relaciones con otros países, comprar local en el mercadito de los domingos, es una manera estupenda de recuperar nuestras costumbres más ancestrales y de rescatar ese México generoso del que ahora necesitamos tanto.
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