Graciela Olmos fue una de las primeras traficantes de México.
Uno de los personajes que permanecen ocultos en la cultura popular mexicana es Graciela Olmos, quien a pesar de haber nacido en Casas Grandes, Chihuahua, en 1895 se trasladaría a la Ciudad de México.
En 1907, cuando tenía 12 años, la hacienda donde vivía sufrió un asalto por Francisco Villa y sus hombres -entre los que se encontraba José “El Bandido” Hernández– dando como resultado las muertes tanto al dueño de la hacienda y su familia como a los padres de Graciela, quienes fungían como sirvientes.
A ella sólo le quedó huir con su hermano Benjamín a la capital del país, en donde se dedicaron a vender periódicos hasta que un matrimonio porfiriano los acogió y mandó al colegio de las monjas Vizcaínas.
El derrocamiento de Porfirio Díaz y el inicio de la Revolución Mexicana empujaron a muchas familias ricas, entre ellos los padres adoptivos de los hermanos Olmos, a un exilio. Al verse de nuevo en el abandono, Benjamín y Graciela se separaron. Ella pasó su adolescencia en un convento de monjas en Irapuato, en donde regresó a la vida de sirvienta y a él se le perdió la pista hasta el futuro.
Cuando Graciela tenía 18 años, los villistas llegaron a la ciudad y se reencontró con José Hernández. Se enamoraron y las monjas la condicionaron: si quería abandonar el convento se tenía que casar por la Iglesia con el revolucionario. Desde ese momento fungió como soldadera, viajando a su lado y adoptando el apodo de “La Bandida”, que se lo pusieron los otros miembros de la División del Norte.
En 1915 muere José Hernández, dejando a Graciela viuda y resignada a regresar a la capital, en donde se dedicó al robo de joyas y las apuestas. En 1922 se va a vivir a Ciudad Juárez y después del asesinato de Francisco Villa, en 1923, cruza la frontera para dedicarse al tráfico de whisky que tenía su destino final en Chicago, ciudad que vivía la época de prohibición.
La Bandida, en alguno de sus viajes a Chicago, conoció a Al Capone, el principal comprador de alcohol. De igual manera, en alguna de las fiestas que ofreció el gangster, “La Bandida”, gracias a su voz tan privilegiada, pudo cantar varias canciones mexicanas como “Cielito lindo” o “La cucaracha”. Incluso llegó a componer corridos, entre los que estaba “El Siete Legua”, en honor al caballo favorito de Pancho Villa.
Al saber que era vigilada por las autoridades norteamericanas, Graciela se corta el cabello y disfrazada de hombre regresa a México con un maletín que contenía 46 mil dólares. Con ellos funda en la calle de Durango 247, en la colonia Roma, su famosa casa de citas que era atendida por más de 100 meseros y mujeres.
Aquel lugar albergó la presencia de toreros, intelectuales, políticos y estrellas de cine como: José Vasconcelos, Agustín Lara e incluso Adolfo López Mateos. Asimismo y gracias a la protección de Maximino Ávila Camacho pudo ser una de las principales distribuidoras de drogas.
Luego de muchas controversias tuvo que cerrar su negocio y cambiarlo a lo largo de toda la Ciudad de México, hasta que fue olvidada y desplazada por otros negocios que la fueron imitando. Murió en 1962 en manos de la encargada de un asilo de huérfanos al que siempre se encargó de suministrarle dinero. Sin duda Graciela Olmos fue una mujer con una vida fascinante, como traficante como compositora. Vale la pena conocer su historia para adentrarse al bajo mundo de la Ciudad de México.
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