Sobre las cápsulas del tiempo enterradas por toda la ciudad

Hombres del pasado han escondido entrañables pertenencias en los cimientos que hoy constituyen la capital.

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El hombre se alimenta de pan y de nostalgia. Es un hecho que recordar es vivir; y es que cualquier vestigio que evoque reminiscencias de una hermosa época, resulta especialmente vibrante para muchos.

Hay quienes conscientes de que no vivirán para siempre, deciden encerrar en una caja aquellos objetos que en algún momento les brindaron alegría, para que sean ellos los que perpetúen y con suerte, en algunos años, puedan ser hallados por alguien que no solo los reconozca, sino que también los pueda llegar a apreciar.

A estos viajantes casi perennes les llamamos cápsulas del tiempo, y son por lo general pequeños baúles que se entierran (no muy bien) para después ser encontrados por personas que por alguna razón u otra, optan por abrir el suelo. No es nada inverosímil decir que alrededor de esta ciudad y bajo nuestros pies, se encuentran decenas de cajas del tiempo. Vale la pena echar un vistazo al pasado para conocer cuáles se han descubierto y lo que es mejor, dónde podrían encontrarse más…

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El 20 de enero de 1910, en una concurrida esquina del Centro Histórico, unos hombres que trabajaban el drenaje de la calle desenterraron una misteriosa caja de zinc. Se estimaba que aquel tesoro (como le llamaron los trabajadores), databa del día que se colocó la primera piedra del Teatro Nacional, hacia mitad del siglo XIX.

Con gran acierto los trabajadores bautizaron a esta caja como un tesoro, pues su interior estaba dotado con bellísimos y plausibles objetos. Dos ejemplares del periódico El Siglo Diez y Nueve, el manuscrito con el discurso de inauguración del teatro, una medalla de plata y un calendario Galván de 1842 yacían en los adentros de la cápsula del tiempo.

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Pronto Porfirio Díaz se enteró del asombroso descubrimiento, y decidió replicar la preciosa práctica. Comenzó a depositar cápsulas del tiempo alrededor de toda la ciudad. Colocó una en la columna del Ángel de la Independencia, otra en el Palacio de Bellas Artes, otra en el Edificio de Correos y una más en la estatua de Luis Pasteur.

Muchos capitalinos, cautivados por el viaje nostálgico de la caja hallada en el centro, imitaron a Díaz y comenzaron a guardar en pequeñas cajas pertenencias y objetos icónicos del año en curso. Cartas, libros, películas, anteojos y juguetes eran las cosas más populares que los habitantes de la urbe encerraron en sus cajitas.

Otra cápsula del tiempo relevante fue la que se halló en la Catedral Metropolitana en 2007. Ésta contenía una cera de Agnus, cruces, collares y dibujos. La caja era aún más antigua que la del Teatro Nacional, pues había sido enterrada desde el siglo XVIII. Y para continuar con la tradición, quienes la encontraron dejaron otra más, con objetos representativos del siglo XXI.

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Las cápsulas del tiempo son, sin duda, uno de los mejores hallazgos con los que alguien se puede topar. Se trata de una experiencia exultante, no solo para quien la arma sino también para quien la descubre. Resulta reconfortante saber que aunque somos seres finitos, nuestros estilos de vida pueden retumbar hasta la eternidad si dejamos en una caja nuestros objetos más preciados, para que con fortuna, alguien los encuentre e imagine cómo eran las personas que habitaban esta ciudad antes que ellos.

Y tú… ¿qué guardarías en una cápsula del tiempo?

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Con información de Héctor de Mauleón, La ciudad que nos inventa.

Imágenes: La Ciudad de México en el tiempo


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