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Sobre la llegada del carro de basura a la capital

El carro de basura ha sido parte del paisaje urbano de la CDMX desde el siglo XVIII.

 

A finales del siglo XVIII, en 1789 para ser precisos, Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas (segundo conde de Revillagigedo) comenzó a fungir como virrey y presidente de la Junta Superior de Real Hacienda de la Nueva España.

Poco se le agradece, pero lo cierto es que aquel hombre fue uno de los principales responsables en mejorar el aspecto que desde hace siglos ha permeado a nuestra urbe. En los 250 años previos a su cargo, la Nueva España todavía no lograba ser una auténtica capital. El conde, inspirado por la Ilustración europea, optó por crear normas que mejoraran la vida cotidiana de la CDMX.

Primero, prohibió la defecación en vía pública (aunque suene inverosímil, era una práctica recurrente entre los habitantes novohispanos). También mandó embellecer las plazas públicas aledañas al centro, erigió alumbrado público e inauguró diversas calles con lindos empedrados.

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Sin embargo, uno de los mayores problemas que arrasaba con la ciudad era el tema de la insalubridad. Era algo muy habitual que la gente tirara su basura a las calles, sin vacilar ni inmutarse. Para los pobladores de la Nueva España esto era algo totalmente común. No obstante, el conde prohibió “arrojar la menor cosa a las calles”. Ni siquiera estaba permitido sacudir ropa o tapetes desde el balcón de las casonas.

Tampoco podían instalarse en las calles puestos de alimentos, ni lavarse carruajes en la vía pública. Todo comercio estaba obligado a barrer constantemente su pórtico, y naturalmente, había que recoger cualquier envoltura que cayera cerca de sus locales. Si algún capitalino no cumplía con estas normas, sería acreedor a una multa.

Aunado a estas medidas, el conde ordenó la creación del carro de basura. Esta solución sin duda mejoró notablemente el aspecto de la capital, pasaba dos veces al día y recolectaba la basura que los capitalinos juntaban. 50 carros existían en aquella época, y los recolectores eran los que se encargaban de llevar todo el desperdicio a los llamados arrojaderos.

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El conde no permitía que la basura fuera depositada en la calle una noche anterior a la recolección. Todo vecino tenía que salir forzosamente y de inmediato a entregársela a los hombres que empujaban estos carros. Para avisarles a los habitantes que dicho carro se acercaba, se les puso una campana, que desde lejos se escuchaba.

Lo cierto es que la costumbre de bajar a dejar la basura tardó bastantes años en consolidarse. Habían muchos vecinos que aun oyendo la campana acercarse no se molestaban en salir de sus hogares. Fue hasta en un siglo que la práctica empezó a volverse una tradición.

Es un hecho flagrante que el carro de basura es una de las características que más destacan de la vida cotidiana de la CDMX. La campana que suena todos los días es una señal que alude al comienzo de la ciudad como capital, pues fue a partir de su llegada que los capitalinos comenzaron a cuidar de su ciudad.

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Fuente: Hector de Mauleón, la ciudad que nos inventa.


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