Sobre la visita que un naturalista alemán hizo a nuestro país en 1803.
Durante los tres siglos que México estuvo bajo el dominio español fue un tesoro escondido para el mundo, debido a que a estas tierras solo podían llegar ibéricos y misioneros católicos. El resto de los europeos sabían muy poco de la vida en las colonias y tenían una gran curiosidad respecto a lo que pasaba aquí. Afortunadamente, el deseo de venir a América se hizo realidad en el año 1700, el Siglo de las Luces, en esta época muchos viajeros empezaron a recorrer los mares con el afán de conocer el mundo.
Uno de estos valientes hombres, fue el Barón Alexander Von Humboldt, un naturalista alemán cuya mayor pasión era explorar tierras lejanas y conocerlo todo: desde las estrellas en el cielo hasta las profundidades en la tierra, pasando por las plantas, los animales y las rocas.
Durante toda su vida este intrépido Barón surcó los océanos en su barco acompañado de una nutrida caravana de ayudantes, que cada vez que llegaban a tierra cargaban instrumentos raros (hechos de madera y metal) que servían para medir toda clase de cosas. Al llegar a un destino Von Humboldt medía el territorio, tomaba la temperatura, recolectaban plantas, insectos, pedazos de rocas y los guardaban en frascos pesados para luego estudiarlos.
Fue así como las aguas trajeron a este intrépido científico a nuestro país, y un caluroso día de 1803 su enorme barco se paró en el Puerto de Acapulco. Según cuentan las crónicas de la época, lo primero que hizo Alexander Von Humboldt al bajar a tierra fue trazar un mapa de la bahía y hablar con los nativos del lugar.
Después de explorar la costa mexicana, el naturalista emprendió un viaje a la capital, donde el Virrey, José de Iturrigaray lo esperaba con ansia. Al conocerlo, el monarca se entusiasmó tanto con los estudios del alemán que le dio permiso de consultar todos los archivos que le pidieran servir. Por ejemplo, le mostró a Humboldt el resultado de un censo que se había realizado en la Nueva España en 1793. Gracias a este conteo el Barón pudo estimar que en 1808 vivían aquí aproximadamente 6 millones de personas.
Von Humboldt fue recibido también por los sabios mexicanos más importantes de la época. Todos lo querían conocer, en especial los que trabajaban en el Palacio de Minería que en aquel entonces era la Academia de Ciencias más importante de la Nueva España. Humboldt quedó gratamente sorprendido con esta recepción, tanto que en uno de sus cuadernos escribió: “ninguna ciudad del nuevo continente, presenta establecimientos científicos tan grandes y sólidos como los que hay en la capital de México.”
Entre las actividades que el alemán realizó durante su estancia en la Nueva España, destacan la de una visita las minas de plata de Guanajuato y una al Jorullo, un volcán de Michoacán que había nacido hacía 40 años. Además de subir montañas, el Barón pudo medir con sus sofisticados instrumentos la altura del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl.
Por otro lado, algo que dejó a Humboldt muy impresionado fue conocer cómo eran las antiguas culturas mexicanas. Gracias a sus avanzados conocimientos lingüísticos, pudo ayudar a los especialistas a descifrar el misterioso significado del Calendario Azteca que en aquel momento yacía en calle para que cualquiera lo viera.
En total, Alexander Von Humboldt estuvo un año en México. Recorrió una buena parte del país; de la costa del Océano Pacífico al Golfo de México. Su visita terminó en Veracruz en 1804. Sin embargo, más tarde el genio naturalista recogió las experiencias que vivió aquí en un libro titulado: Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, en él escribió lo siguiente: El reino de la Nueva España produce por si solo todo lo que el mundo necesita.